CAPÍTULO IV

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Sabía que todo en el Gran Salón era un caos

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Sabía que todo en el Gran Salón era un caos. Sabía que estaban matando a personas a mi alrededor y, por un momento, sonó más que tentador ayudarlas. Pero todo eso se redujo a nada cuando escuché un grito que ensordeció a todos los demás.

Un grito que parecía ser, inesperadamente, de Lucca.

Aparté a varias personas de mi camino sin ninguna gentileza. No me fijé en si eran el enemigo, gente inocente o guardias; aquello me dio más bien igual. Prácticamente solo me centré en un único objetivo: llegar al lugar de procedencia de aquel grito, que estaba extrañamente cerca de donde yo me encontraba.

Casi maldije cuando lo encontré. Lucca estaba arrodillado en el suelo, cabeceaba inconscientemente, como si estuviese a punto de perder la conciencia y de caer rendido a los pies de aquel asesino a sueldo. Su cara estaba llena de moratones, su labio parecía roto y en el nacimiento de su cabello tenía una brecha enorme de la que goteaba una cantidad abrumante de sangre.

Me acerqué aún más al sitio donde se encontraba el pelirrojo, y me fijé en la espalda del hombre que lo retenía. Fruncí el ceño en cuanto reconocí aquella chaqueta.

La había visto antes, pero no recordaba exactamente dónde. Lo que sí que podía afirmar casi con seguridad era que no pertenecía a los asesinos que parecían atacar al castillo. Este hombre llevaba una chaqueta borgoña con ribetes y detalles azabaches, siguiendo el mismo patrón de la bandera de Zabia. Y, como ya había podido comprobar, aquellos hombres no llevaban estandarte alguno.

Aún así, tomé una bocanada de aire y volví a sentir como aquella niebla conjurada por la magia de los defensores tronaba en mí. Le eché una última mirada a aquel hombre justo antes de que cayera al suelo con un brusco tirón en cuanto la niebla le alcanzó. Para los humanos, cuando nuestros hechizos eran tan leves, aquella niebla era invisible. Así que no me extrañó cuando el hombre soltó una exclamación de sorpresa mientras chocaba contra el parqué.

Corrí hacia Lucca casi inmediatamente, inclinándome a su lado sin importar el hombre que probablemente yaciese inconsciente a nuestro lado. El pelirrojo me miró levemente sorprendido, aunque no tardó en estirar una sonrisa aliviada sobre sus maltrechos labios.

Analicé cada parte de su rostro, intentando hacer un recuento rápido de qué tipo de heridas tenía y qué necesitaría encontrar para curárselas. Antes incluso de poder preguntarle a Lucca si tenía alguna herida que no era visible a simple vista, este abrió los ojos desmesuradamente, mirando a algún punto por encima de mi hombro.

Instantáneamente sentí el peso de una espada sobre mi cuello, justo en la posición exacta para cortarme la cabeza de un limpio corte.

—Así que tú de nuevo, bruja —siseó aquella voz, esta vez bastante más molesta que hacía unos momentos aquella misma noche —. ¿Ahora también conspiras con Iriam? Tal vez eres tú su espía.

Enarqué una ceja, aún sabiendo que él no podía mirarme. Como siempre, Keelan Gragbeam siendo un puñetero dolor de muelas.

Aunque, esta vez era distinto. Era más personal.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora