CAPÍTULO XIX

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El líquido que antes se encontraba enfrascado refrescó mi gaznate, mientras mis dedos se clavaban en el cristal de este. Solté un suspiro aliviado mientras separaba los labios de aquel material, notando como la humectante sensación espabilada a mi cerebro.

Dejé el bote en el suelo, sin preocuparme en lo más mínimo por si alguien lo encontraba. Me erguí sobre mis pies de sopetón, observando como los rayos leves del sol entraban por el cristal moteado en polvo; era de día, estimaba que la hora más precisa serían las diez.

Empecé a trenzarme rápidamente el cabello, sabiendo que pronto alguien llamaría a mi puerta para comprobar si estaba consciente.

Como ya sospechaba, se escuchó el resonar de unos nudillos chocando contra la madera fracturada, justo antes de decir: — ¿Éire?

Era Audry.

—¿Qué quieres? — mascullé mientras empezaba a mover mis dedos con aún más rapidez entre las hebras de mi cabello.

Se escuchó un carraspeo incómodo tras la puerta.

—Yo..., bueno..., Keelan me manda a decirte algo.

—¿Y qué ha dicho? — dije entre dientes, anudando el final de mi larga trenza. Odiaba que me interrumpiesen.

—Oh..., eh, bueno... — Audry pareció volver a carraspear —, él ha dicho, y cito: dile a la hechicera que se de prisa sino quiere que la lance yo mismo a los lobos; porque ella sí que se sabe muy bien mi nombre como para gritarlo.

Gruñí por lo bajo mientras dejaba caer mi pelo trenzado tras mi espalda. Comprobé que no hubiese dejado nada en aquella habitación con una rápida pasada y, en cuanto quedé satisfecha, me acerqué hacia aquella puerta.

No me lo pensé mucho más mientras tomaba el picaporte de latón entre mis dedos y lo abría de golpe.

El castaño abrió levemente los ojos, sorprendido, mientras daba un pequeño paso hacia atrás. Enarqué una ceja mientras le echaba una mirada desdeñosa.

—Apártate.

Audry arrugó brevemente el ceño, cruzando los brazos sobre su delgaducho cuerpo —. Oye, podrías empezar a...

Rodé los ojos casi inconscientemente.

—Apártate o voy a tener que apartarte yo misma.

Él parpadeó, estupefacto, aunque sí que pareció pensárselo dos veces tras esas palabras. Se echó a un lado, dejándome paso libre para poder atravesar aquel escalofriante pasillo.

En cuanto llegué al salón, sintiendo los pasos de Audry tras de mí, barrí la estancia con la mirada. Instintivamente, fruncí el ceño.

No había nadie más en la cabaña además de nosotros.

Me giré sobre mi hombro, echándole una mirada a Audry.

—¿Dónde están?

El castaño evitó mi mirada —. Eh, yo, bueno...

Me giré por completo hacia él, frunciendo aún más el ceño. Sus ojos relucían en culpa, apuntando hacia todos lados menos hacia mí, y no paraba de retorcer sus manos, nervioso.

Lo sabía con certeza: Keelan debía de haberle prohibido terminantemente contármelo.

—¿Dónde están?

Audry, deduje que inconscientemente, se mordió el labio inferior aún sin devolverme la mirada.

—No puedo decírtelo.

Crispé los labios, molesta, mientras añadía: — Claro que puedes.

El castaño esta vez sí que me devolvió la mirada. Vi el miedo danzar en cada parte de su glóbulo ocular, sus manos temblando ligeramente, y casi podía escuchar la ferocidad de los bombeos de su corazón.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora