Me había tenido que poner aquel vestido.
Evelyn, de hecho, pareció sumamente emocionada mientras le mostraba como había acertado por pura casualidad con mis medidas.
Sabía que no iba a decírmelo, y ni siquiera sabía qué ganaba ella de aquello, pero no me hacía falta ser demasiado inteligente como para saber que mi madre estaba involucrada.
Tal vez, porque como Idelia afirmaba, la lealtad para ella era algo versátil. Ahora, estaba encerrada y a merced de los aherianos, así que ahora era el momento perfecto para actuar a su favor.
Probablemente, esa noche hubiera tenido una cena aún más cálida y rica, gracias a su solidaria colaboración.
Bufé, ajustando las largas mangas de aquel vestido. Nada nuevo viniendo de mi madre.Aún así, no estaba extremadamente molesta, ya que el vestido había sido una grata sorpresa para mí. Era largo, aunque extrañamente ligero, con tan solo un corsé y unas enaguas bajo el. La falda caía como olas de mar a mi alrededor, en calma, sin marea, sin espuma, sin una sola mácula para estropearla. La tela parecía estrellada, hecha de miles de círculos nimios y luminiscentes que no trazaban ninguna constelación. Parecían diamantes si lo observabas a la lejanía, pequeñas piedras preciosas intrincadas en la sedosa tela; sin embargo, si te parabas a observar, cada uno de los puntos titilaba como la llama de una vela candente. Un cinturón fino se estrechaba en mi cintura, lleno de piedras ovaladas y celestes, inmaculadas y límpidas; la filigrana de piedra luna, la misma que había llevado la reina aquella misma mañana, relucía frente al espejo.
De cualquier forma, había insistido en conservar mis botas de cuero trenzado, y una daga que relucía envainada en mi cinturón de filigrana. La princesa no había estado demasiado contenta por ello, y casi recordaba como su sonrisa había vacilado; sin embargo, me importaba poco su opinión.
Evelyn había desaparecido en cuanto una doncella había insistido en darme un buen baño de agua tibia, repleto de cepillados y sales exóticas. Habíamos tardado algunas horas, en las que aquella mujer esbelta me intentaba convencer para colocarme alguna excentricidad, — como huevos de kolbra, — y yo contenía la amenaza que bailaba en la punta de mi lengua. Al final, había accedido a tan solo recoger mi pelo en una trenza larga y a tapar ligeramente mi cicatriz con unos polvos. Finalmente, la doncella también se había marchado, en cuanto le aseguré que tan solo perfeccionaría yo misma los últimos detalles.
Sabía que, en cuanto abriese la puerta de la habitación, la princesa estaría esperándome de nuevo. Y de veras que quería ver algo agradable en ella, pero no terminaba de parecerme convincente.
Aunque, bueno, ¿cuándo alguien me caía bien? Tampoco se trataba de un rasgo demasiado especial en Evelyn, sino de algo muy común en mí.
De cualquier forma, aquella mujer me importaba bien poco. Más bien, mi cerebro ahora mismo estaba únicamente centrado en encontrar a Idelia.
Así que, en cuanto abrí aquella puerta, sintiéndome enormemente agradecida por el peso liviano del vestido, fingí de nuevo mi más encantadora sonrisa.
Sólo unos días, me repetí decenas de veces mientras me centraba tan solo en la princesa. Las hebras oscuras de su cabello estaban hechas bucles, probablemente obra de la magia, y un enorme vestido pistacho caía por su cuerpo, mucho más pesado y modesto que el mío. Aún así, ella me miró de arriba abajo, y no parecía para nada celosa mientras me dedicaba una pequeña sonrisa de boca cerrada.
—Lo sabía: os queda magnífico — dijo ella, asintiéndome en dirección al pasillo, instándome a seguirla de nuevo —. Ven, vayamos al baile.
Nos encaminamos de nuevo escaleras abajo. Aunque, antes de pisar uno de los escalones, me detuve a observar cada recóndito lugar que me fuese visible. Frente a mi puerta, tan solo había más habitaciones; más, más y más habitaciones. El pasillo se extendía a la derecha, inmensamente largo, ónix y estrecho. Tan, tan estrecho que no podías caminar con nadie a tu lado, a no ser que fueseis diminutos niños.
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Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️
Fantasy•Primer libro de la Trilogía Nargrave. En los reinos de Nargrave se cuece el amor, la traición y las alianzas más inesperadas. Éire es la hija de la gran hechicera de la corte, perteneciente a la poderosa familia Gwen. Un día, tras sucesos inhóspito...