CAPÍTULO XXXIII

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—¡Por la tríada! — exclamó la marquesa, abalanzándose sobre mí y colmándome de besos por todo el rostro. Mi expresión debió de ser demasiado graciosa, ya que Audry ni siquiera se molestó en esconder su sonrisita —. ¡Nos has salvado! ¡Muchas gracias! ¡Muchas, muchas….!

Keelan carraspeó; sus labios estaban tan tensos que apenas escondía el hecho de que estaba deseando carcajearse de aquella escena.

—Marquesa, a ella no le gusta demasiado el contacto — dijo él, con su mirada destellando en diversión.

—¡Oh! — exclamó Kamia, retrocediendo un paso —. Lo siento, lo siento. Pero, de cualquier forma, tienes todo mi agradecimiento, cielo. Podríamos hacer una fiesta en tu honor…, ¡ah! Ya sé: un banquete, con unas buenas codornices, un vino especiado con cardamomo, un…

—Con un buen baño y algo de comida será suficiente, señora — la interrumpí —. No nos queda demasiada bebida, así que si pudiera dejarnos llenar varias cantimploras con algo de vino y agua, la deuda estaría saldada.

La marquesa Kamia hizo un aspaviento, como si acabara de decir alguna estupidez.

—Acabas de salvar Azcán. Has salvado a los soldados que eran fieles a mi marido, me has salvado a mi y, probablemente, a mis hijos; a los que llevo días sin ver desde que aquel hechicero entró en mi guardia. — Ella suspiró, evitando mi mirada —. Mi primogénito murió, pero ellos…, ellos deben de estar en algún lugar de Azcán. Y tú nos has salvado a todos. Así que no se hable más, te llevarás un barril…., o tres, como desees.

Keelan tenía su vista fijada en la mujer, cuando añadió: — ¿No sabe dónde están sus otros cuatro hijos?

La marquesa negó.

—No recuerdo nada. Tan solo…, tan solo tengo algún recuerdo desperdigado por mi mente. Sus rostros pavorosos mientras Dave los llevaba a algún sitio, sus manitas temblando, sus ropajes hechos harapos. Sé que están en las tierras fronterizas; lo sé con certeza — afirmó, y en sus ojos se pudo vislumbrar claramente el destello de la nostalgia —. Pero no sé a dónde se los llevó. Y ahora mi primogénito ha fallecido, igual que mi difunto marido, y mis hijos…

Ella pareció moquear, mientras pestañeaba reiterativamente, probablemente para ahuyentar su llanto inminente. Keelan simplemente asintió secamente, antes de echarme una mirada.

—Aséate — me ordenó, y después se giró hacia Audry —. Y tú también. Yo iré junto con una decena de caballeros a buscar a los hijos de la marquesa.

Kamia pareció brincar a mi lado.

—¿Los…, los buscarás, alteza? — balbuceó.

Entrecerré los ojos hacia el príncipe, observando detenidamente su semblante firme. Keelan estiró una de las comisuras de sus labios, aferrando su mano en torno a la empuñadura de su espada.

—Los encontraré — afirmó, justo antes de asentir hacia un puñado de soldados. Estos ni siquiera titubearon, y a pesar de que no fuera su príncipe, le siguieron de inmediato.

En cuando Keelan pasó por mi lado, sujeté con determinación su brazo. El príncipe frunció el ceño desde su posición elevada, inclinando la cabeza en mi dirección.

Sabía que la vista de todos los que estaban en la habitación se encontraba posada sobre nosotros; pero no me importó demasiado.

Me puse de puntillas, justo antes de susurrar en su oído:

—¿Ayudando al enemigo?

Keelan me dedicó una lenta sonrisa: calculada, misteriosa, esbozada. Se acercó al lóbulo de mi oreja, y movió sus labios contra mi piel. Las desordenadas hebras de su cabello se pasearon por mi sien, dejando un rastro invisible.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora