—¿Éire? — me pareció escuchar que una voz decía. Pese a eso, no estuve segura de quién fue hasta que escuché el hueco sonido de algo cayendo al suelo.
Bueno, de mí cayendo al suelo.
El colmillo del pulvra se deshizo de mi abrazo, rodando a algún sitio lejos de mí, mientras mis heridas se impregnaban en la árida tierra del suelo. Inevitablemente, solté un quejido, notando como mi cuerpo se sacudía, carente de fuerzas. Había intentando levantarme, disipar aquel mareo extraño que me había asolado; sin embargo, había sido inevitable. Mis músculos, sangre y huesos se sentían pesados; incluso más que después de tomarme aquellas tres liebres. Ahí, tirada de cualquier forma en el suelo, sentía como si hubiese miles de piedras apilándose sobre mi columna.
— ¿Qué le pasa? ¿Está…, está…? — una voz asustadiza dijo, mientras unos pasos fuertes se acercaban a mí con decisión.
—No, no lo está.
Entonces, unos brazos se agarraron con fuerza a mis hombros, dándome la vuelta sin miramientos. Contuve una exclamación, sintiendo como mi corazón se paralizaba durante pequeñísimos instantes, casi obligándome a cerrar los ojos.
El rostro de Keelan me recibió desde arriba, aún agarrando mis hombros, inclinado hacia mi. Sus labios estaban fruncidos y sus cejas casi juntas, mientras analizaba cada parte de mi rostro y de mi cuerpo con su mirada, probablemente buscando daños aparentes.
—El pulvra debe de haber clavado sus escamas en la carne de su mejilla. Ha desgarrado piel y músculos; está perdiendo sangre demasiado rápido
— dijo el príncipe, agarrando mi barbilla y elevando mi rostro, dejándole paso libre para poder observar con más detalle mis heridas —. Necesito que traigas todas las vendas, paños y cantimploras que encuentres en mi compartimento.Mi visión empezaba a tornarse borrosa, convirtiendo el rostro de Keelan en unos extraños y nebulosos trozos carne. El príncipe pareció mirar sobre su hombro, aún sujetando mi rostro, y frunció aún más su ceño.
—¡Date prisa, Audry! — rugió. Consecuentemente, Audry soltó una exclamación y, tras eso, se escucharon unos rápidos y atemorizados pasos por el claro, mientras las ramas crujían como señal de que debía de haber echado a correr.
Keelan volvió a dirigir su mirada hacia mí, mientras mi cuerpo volvía a dar otra extraña sacudida, y una ácida fatiga se paseaba por mi garganta. Entonces, mientras mis pestañas aleteaban cada vez con más lentitud y mis párpados me gritaban que los cerrase, una mano chocó de golpe contra el lado de mi cara que aún se encontraba sano.
Gruñí por lo bajo, reuniendo todas las fuerzas que pude congregar para volver a abrir los ojos. Keelan estaba aún más inclinado hacia mi, chocando su aliento contra mis labios, mientras yo sentía como mi piel ardía por aquel golpe.
—¿Cómo…, como te atreves a…? — intenté decir. Aunque, de cualquier forma, mi raciocinio no pudo encontrar las palabras adecuadas entre la bruma de dolor e inconsistencia.
—Escúchame, hechicera, ahora no es el mejor momento para perder tu fortaleza — el príncipe echó una ojeada sobre su hombro, al parecer esperando a que alguien apareciera; sin embargo, al no encontrarlo, volvió a dirigirse a mí mientras me sacudía, aferrado a mis hombros —. No te mueras, ¿vale, Éire?
Sentí un extraño sabor en mi paladar, notando como un hilo de sangre y baba caía por la comisura de mi labio.
Inesperadamente, esbocé un sonrisa, justo antes de musitar:
—Así que Éire, ¿eh? No sabía…, no sabía que…
Y, aunque quise terminar, empecé a soltar toses descontroladas. Noté como mi caja torácica temblaba, y mi vientre se contraía casi con demasiada fiereza. Keelan me miró con una extraña preocupación, entrecerrando los ojos en mi dirección.
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Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️
Fantasy•Primer libro de la Trilogía Nargrave. En los reinos de Nargrave se cuece el amor, la traición y las alianzas más inesperadas. Éire es la hija de la gran hechicera de la corte, perteneciente a la poderosa familia Gwen. Un día, tras sucesos inhóspito...