Pollo asado, vino especiado, aquellas codornices que la marquesa había prometido, y unas galletas de melaza bañadas en nata y miel. Por la mirada del tal Noah, al que distinguí casi al instante por el lunar redondo que tenía sobre su labio, supe que aquel postre había sido el culpable del obvio desastre que era su traje.
Cuando una doncella se acercó a intentar servirme, negué rápidamente y me ofrecí yo misma a servirme mi propia comida. Un poco de pollo, una codorniz, y dos galletas. Demasiado para cualquier otra persona; sin embargo, para mí, era el claro ejemplo de cómo había perdido el apetito.
Llevaba todo el día entrenando con Audry, había gastado toda mi energía utilizando mi magia para acabar con aquel hechicero, y mi piel aún estaba enrojecida por los cepillos que las doncellas habían insistido en pasar una y otra vez por mi piel. En cualquier otro momento me hubiera negado, pero, justo en ese instante, sabía que no me vendría mal que unas manos expertas me mimaran durante unos minutos.
Tras eso, era de extrañar que no acabase yo misma con aquella fuente repleta de aves apiladas, que soltaban remolinos de vapor que entraban por mi nariz casi como una fragancia exótica.
Mastiqué un trozo de pollo que había ensartado con mi tenedor, y me esforcé por no escupirlo cuando mi estómago dio un vuelco.
—Mis niños…, los había echado tanto de menos — recordó la marquesa por vigésima vez en la velada, cerrando su mano con más fuerza sobre la del tal Arthur, el nuevo heredero que ahora se sentaba a su lado en una de las cabezas de la mesa.
Arthur endureció su expresión, probablemente descontento con que su madre lo tratase como a un niño frente a nosotros. Pese a eso, no rechistó.
Amaris carraspeó, indicándole a una de las sirvientas que le echara un poco de agua de aquella gran jarra cristalina.
—Entonces, su majestad, ¿pretende partir mañana hacia la capital?
El príncipe ni siquiera la miró, mientras troceaba con exasperante lentitud un trozo de carne; por su forma de desmenuzar cada trozo, casi parecía que la cena era para él como una estrategia de guerra.
—No puedo retrasarme mucho más, así que sí.
La niña tan solo asintió, extrañamente contenta por su respuesta, y apenas pudo ocultar en alivio en sus facciones cuando me echó una ojeada.
Al parecer, la discreción era tan buena amiga de aquella niña cómo lo eran los hechiceros.
—¡Oh! ¡Qué maravilloso! — exclamó Kamia —. La princesa Evelyn es un muy buen partido. Todos estábamos encantados con su coronación, y ahora también se aproxima una maravillosa unión. Hacía mucho que no había niños por la corte, y no le vendría nada mal a la capital un poco de vida.
Keelan entrecerró los ojos, inesperadamente concentrado en su comida. No miró a nadie, no asintió, no le dio la razón a la marquesa, y aquello provocó un tenso silencio sobre la mesa.
Arrugué el ceño, y sentí como Audry también se tensaba tras de mí. Esto era extraño, muy extraño: Keelan no se salía de su papel, Keelan tenía que agradar a la gente, Keelan no era más que el príncipe heredero frente a potenciales aliados.
Sin embargo, ahora, mientras le daba un largo trago a su vaso de espumoso vino, no parecía demasiado agradable; no parecía estar actuando en lo más mínimo.
—Por favor, marquesa, no hablemos de niños en la mesa — argüí yo, colocando una cínica mueca de asco en mi rostro —. Me dan arcadas.
Keelan me echó una mirada sesgada. Asentí imperceptiblemente en su dirección, y él me dedicó un esbozo agradecido de sonrisa. Apenas me dio tiempo a decirle nada más, cuando Audry ahogó una risotada tras de mí.
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Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️
Fantasy•Primer libro de la Trilogía Nargrave. En los reinos de Nargrave se cuece el amor, la traición y las alianzas más inesperadas. Éire es la hija de la gran hechicera de la corte, perteneciente a la poderosa familia Gwen. Un día, tras sucesos inhóspito...