CAPÍTULO XXXII

275 56 6
                                    

—Cabrón mentiroso. Si salgo de aquí, te meteré esta cuerda por…

—Shh — me chistó aquel hechicero —. No seas grosera, las paredes tienen ojos. Todo tiene ojos. Ojos, ojos, ojos…

El hombre soltó una carcajada totalmente siniestra, sujetando los reposabrazos de mi silla, mientras yo aún me esforzaba por encontrar algo de magia en mi interior. Había visto a Dave, sin duda alguna, pero eso solo era una máscara; aquel hombre nunca había sido visto por mis ojos, y sino lo había visto, no había nada que hacer con magia.

—Ojos son los que te voy a arrancar con esa cucharilla con la que removías el…

Antes de poder terminar, un molesto dolor se extendió por ni mejilla justo después de que aquel hechicero me diese una bofetada. No me molesté en apartar el rostro; sin embargo, ni siquiera me lo pensé dos veces cuando le escupí la saliva ensangrentada que había quedado en mi lengua.

Supe que había acertado cuando gruñó por lo bajo.

—Aprendiz estúpida, impulsiva, tonta — me ladró él, echándome su frío aliento justo sobre la piel de mi rostro que tenía al descubierto —. No entendemos cómo sigues viva. No entendemos como tú has podido sobrevivir; tan tonta, tonta, tonta…

—Sí, ya lo hemos pillado, soy tonta. Pero, lamento ser yo quien lo diga, mi madre ya te quitó el privilegio de ser el primero en decírmelo. — Ladeé la cabeza, sintiendo el metálico sabor de la sangre manchando mis dientes —. Una pena. Justo iba a ir a buscarla, si me dejas marchar, hasta puede que le diga algo de tu parte.

Una risa por lo bajo fue todo lo que recibí como respuesta.

Intenté recordar a los guardias que habían estado apostados en las puertas; pensé en una forma de alertar a Audry para salir corriendo de aquí. Pero, aunque gritase, era más que obvio que no lo dejarían salir con vida de Azcán.

Bueno, probablemente ni siquiera le dejarían salir vivo del castillo.

—Inténtalo — me susurró, inesperadamente cerca de mi rostro. Casi podía olfatear su putrefacto aliento; no solo frío, sino apestando a muerte.

—¿Decirle algo de tu parte? Encantada, si tan solo me dejaras un…

Volvió a abofetearme. Y, justo en ese instante, la furia hirvió con tanta fuerza en mi interior que casi me vi capaz de ver su rostro aún con la tela tapando mis ojos. Gruñí, pensando en sacarle los dientes como lo haría un animal salvaje; deseando liberar mis manos para poder apretarlas en torno a su garganta, retorcerla, y con mis dedos desnudos arrancarle la lengua.

—Inténtalo, aprendiz — urgió, echándome de nuevo su apestoso aliento justo sobre mi nariz —. Vamos, puta. ¡Vamos! ¡Demuéstrame que no eres tan inútil!

—¡Te mataré, Razha de mierda! ¡Herviré tus tripas sobre la grasa de tu cuerpo! — le ladré, clavándome las uñas rotas contra mis palmas. Sentía como mi cuerpo temblaba, la ira bullendo en mi organismo como un animal entre redes, mis dientes castañeando y no por el frío del norte; sino por la furia.

Él volvió a carcajearse, justo antes de resoplar: — ¿Tú, trozo de mierda? Primero, tienes que encontrar tu magia. Porque sin ella, aprendiz, no eres nada.

Me removí, sintiendo como la cuerda se apretaba aún más contra mi carne, intentando desesperadamente apartar aquella tela que me impedía ver a aquel hechicero; necesitaba verle. Sino le veía, estaba irremediablemente muerta.

Y no solo yo. No solo yo estaría muerta.

Lo intenté con vehemencia, con cada aliento y cada ápice de fuerzas, intenté encontrar un resquicio de magia; intenté encontrar y pensar en una forma de deshacerme de las ataduras, de deshacerme de aquel hombre. Pero era cierto, lo que decía era ridículamente cierto.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora