El castillo de Azcán no era tan impresionante por dentro como prometía. De hecho, podría ser resumido tan solo con una simple palabra: rosa.
Paredes pintadas de un suave rosa pastel, alfombras brocadas en cobre, tintadas en rosa y espolvoreadas con un extraño polvo magenta; polvo que, Kamia había asegurado, era confeccionado por su propio hechicero para dulcificar el aroma del pequeño castillo.
Parpadeé, observando la redonda mesa del té donde reposaban decenas y decenas de platos. Eran tantos que, por un momento, uno casi había resbalado y caído al suelo; a punto de desperdigar trozos puntiagudos de marfil por el estúpido suelo pistacho.
Inesperadamente, la casa tenía muchos espejos; demasiados, tal vez decenas en las dos salas que había visto. Ni un solo mapa, ni una sola pintura y ni un solo estandarte además del estrictamente exigido en los uniformes; únicamente espejos y distintos tonos de rosas que ni siquiera había conocido hasta el día de hoy.
Las doncellas de la marquesa Kamia, tres jóvenes que se erguían tras ella, la observaban detenidamente. Probablemente esperando una de las muchas órdenes que parecía querer dar, mientras estiraba una servilleta de damasco de seda frente a ella.
Elevó la mirada hacia el príncipe.
—No sabía que las mu…— carraspeó, echándome una breve mirada sesgada — que las hechiceras pudiesen sentarse a tomar el té con usted, alteza.
Keelan enarcó una ceja.
—Bueno, no es una simple hechicera. Es la hija de Idelia Gwen, la hechicera real; de la casa de los clarividentes e hija de un comandante. — Fruncí el ceño, compartiendo una mirada con él, justo antes de que volviera a dirigirse a Kamia —. De hecho, es tan noble como lo sois usted, marquesa.
Dave, el cual se sentaba justo al lado de su madre, pareció reprimir una carcajada.
—Veo que tienes estrechos lazos con la hija de la grandísima Idelia Gwen.
El príncipe pareció dispuesto a responder; sin embargo, no pude evitar hablar en su lugar.
—No más que los lazos que creas sobreviviendo en un bosque catorce días con una persona — le dije, manteniendo con fijeza mi mirada sobre Dave. No me gustaba esa familia, y me importaba una mierda si podían o no darme lingotes suficientes como para regalarlos el resto de mi vida; no eran de fiar, al menos, no para mí.
El primogénito Daggen levantó su taza en mi dirección, con el cálido vapor aún haciendo remolinos frente a él.
—Qué martirio pasar una quincena con Keelan Gragbeam — me respondió, justo después de darle un sorbo a aquel té —. He escuchado que duerme con su arco entre las piernas, ¿es eso cierto?
Enarqué las cejas, mirando a Keelan de soslayo; este, pese a lo que esperé, aún sonreía ligeramente. Audry, apostado a un lado de la puerta, soltó una risa baja mientras nos observaba con detenimiento.
Estuve a punto de ladrarle algo al tal Dave Daggen; sin embargo, la marquesa elevó su vista repentinamente, escandalizada.
—¿Cómo te atreves a reírte, niño? — soltó en grititos, con una voz tan irritante que casi parecía hecha con el mismo sonido que producían los tenedores contra una vajilla.
El castaño, quién antes estaba riéndose casi abiertamente, hizo el amago de retroceder un paso cuando algunos de los caballeros de Azcán posaron sus manos sobre los mangos de sus espadas.
Arrastré mi silla hacia atrás, poniéndome de pie casi de golpe. Los ojos de todos los que se encontraban en la sala se posaron sobre mí: incrédulos, divertidos, expectantes.
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Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️
Fantasia•Primer libro de la Trilogía Nargrave. En los reinos de Nargrave se cuece el amor, la traición y las alianzas más inesperadas. Éire es la hija de la gran hechicera de la corte, perteneciente a la poderosa familia Gwen. Un día, tras sucesos inhóspito...