CAPÍTULO VIII

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Aún estábamos atravesando Zabia en aquel carruaje, así que calculaba que nos quedaban algunas horas hasta conseguir acercarnos a los comienzos del bosque de Gregdow

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Aún estábamos atravesando Zabia en aquel carruaje, así que calculaba que nos quedaban algunas horas hasta conseguir acercarnos a los comienzos del bosque de Gregdow. Detuve mi vista en la ventana, siendo recibida tan solo por árboles y maleza que se convertían en leves borrones mediante el carruaje avanzaba junto con el relinchar de los caballos.

Estaba terriblemente aburrida. A veces, me gustaba el silencio. Pero aquello era en mi habitación, en la soledad de mi día a día, no en un carruaje y con aquella sensación de angustia en el pecho. Necesitaba hablar de cualquier otra cosa, de algo que distrajese mi mente de aquel bucle en el que había entrado. De aquel bucle que me rogaba por conseguir esa bebida, que me tarareaba que así descansaría, que así podría quitarme aquel malestar de encima. Que así…

Sacudí mi cabeza. Basta, basta, basta.

—¿Dónde guardan los guardias su equipaje? — le pregunté al príncipe, aún con aquel tono mordaz. Era el único tema de conversación que se me había ocurrido sacar, además del típico comentario alabando al tiempo; sin embargo, aquello no me distraería demasiado.

Keelan ni siquiera se molestó en abrir los ojos. Llevaba minutos aparentando estar dormido, pero yo sabía que no era así. Poca gente conseguía conciliar el sueño con aquella facilidad y, además, la respiración del príncipe no se había calmado en lo más mínimo.

Así que no me sorprendí demasiado cuando respondió.

—Ellos no tienen equipaje. — A pesar de estar apoyado tranquilamente en la ventana del carruaje con los ojos cerrados, su tono era tan rígido como de costumbre.

Fruncí el ceño —. ¿Cómo se cambiarán de ropa entonces?

El príncipe Keelan se encogió de hombros y eso fue todo lo que necesité para tener más ansias por descubrir algo más. No era una cuestión de compasión hacia esos hombres, era más bien de curiosidad.

—Entonces, déjame deducir que tampoco hay tiendas suficientes para todos — indagué, notando como mis dedos empezaban a temblar levemente. Posé mi mano restante sobre esta, intentando calmar aquellos espasmos.

Aún tenía mucha calor, tal vez demasiada como para ser primavera. En cuanto me había sentado aquí, me había quitado la capa que colgaba de mis hombros. Pero, aún así, seguía sintiendo como el sudor lamía cada trazo de mi piel en una fría sensación.

Sudor frío se llamaba, creía recordar que era uno de los síntomas del síndrome de abstinencia. O tal vez no lo era el sudor frío, tal ver era la simple sudoración uno de los síntomas más comunes.

No lo sabía, sinceramente. Y aquello me cabreaba.

—No, no hay tiendas suficientes para todos. Nosotros dormiremos aquí. En el suelo del carruaje hay una trampilla que da a un pequeño compartimento. — Ni siquiera abrió los ojos, pero él pareció saber de inmediato que iba a protestar —. No voy a dormir aquí arriba. Me da igual que pienses que eso es maleducado o que no es caballeroso. Esos monstruos podrían verme a través de la ventana, y no voy a hacer peligrar en lo más mínimo mi seguridad por ti.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora