CAPÍTULO XXX

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Llevábamos horas en el carruaje, con el sonido de las ruedas lacadas pisoteando algunas piedras de la vereda y los relinches de los caballos tras nosotros. Me había perdido en la bruma del sueño hacía al menos una hora, y ahora no podía hacer otra cosa que parpadear mientras enfocaba el rostro del príncipe frente a mí.

No sabía dónde estábamos exactamente; sin embargo, era consciente de que debíamos de estar a pocas horas de pisar Aherian. A pocas horas de ver a Idelia, de llegar a la capital del reino; a pocas horas de decir un adiós definitivo.

—¿Disfrutando de las vistas? — murmuré, con la voz agrietada por la soñolencia.

Me froté los ojos, estirándome exageradamente sobre los incómodos asientos. Keelan me dedicó una sonrisa ladeada, con su rostro apoyado contra la ventanilla del transporte; no me hizo falta detallarlo mucho más para saber que él no había dado ninguna cabezada: parecía extrañamente cansado, con dos hendidas y oscuras ojeras trazándose bajo sus ojos y con el brillo de éstos ya casi nulo.

—Pues sí, los terrenos fronterizos de Aherian son bastante bonitos.

Los terrenos fronterizos de Aherian; eso significaba que estábamos pisando el marquesado de Azcán. Había escuchado de la familia de los marqueses Daggen; aunque, extrañamente, nunca los había conocido personalmente. Ellos no solían presentarse en ninguna fiesta de Zabia, y ni siquiera parecían haber pisado el palacio; al menos, no mientras yo había estado viva.

Bufé, bostezando ligeramente mientras decía: — No más que yo. ¿Has visto lo sexy que me veo con esta cicatriz? Me hace ver intimidante.

El príncipe enarcó una ceja.

—¿Más aún?

—No lo sé, dímelo tú, Keelan Gragbeam — le dije —. Aunque, bueno, entiendo que es difícil verme incluso más sexy que antes.

Keelan arrugó el ceño —. No me refería a eso.

Elevé las cejas, intentando dramatizar una convincente expresión de estupefacción.

—Oh, mi príncipe, no es necesario que esconda sus deseos más primitivos hacia una señorita de alta cuna como yo — me burlé, poniéndome de pie con destreza en el carruaje. No me costó demasiado mantener el equilibrio; sin embargo, casi me caí al suelo de la carcajada que reprimí al ver el rostro del príncipe brillando en molestia.

Di algunos pasos hacia él, hasta que un nimio palmo nos separaba y tan solo con elevar mi mano podría tocarlo. Tan sólo instantes después, me incliné ligeramente, apoyando mis manos contra el respaldo del asiento donde Keelan estaba sentado. Él me miró como si fuese un insecto que zumbaba a su alrededor, intentando no rozarme; de nuevo, como si tuviera sarna.

—De cualquier forma, siento una extraña atracción hacia lo prohibido — musité, sintiendo como el aliento de sus labios chocaba contra mis dientes. No pude evitar compartir una mirada con el príncipe: rápida, efímera y tan breve como un aleteo; sin embargo, fue una mirada.

Él humedeció sus labios.

—Tal vez… — comentó él, haciendo una breve pausa —, tal vez por eso dejaste que el pulvra te desfigurase el rostro.

Solté una risa baja mientras resoplaba:
— Deberías recordar que tú tienes el abdomen bastante peor que mi rostro.

—Veo que recuerdas con bastante detalle mi abdomen.

Chasqueé la lengua.

—Recuerdo bastante mejor el hecho de que llamaste dulce primo a Audry.

Keelan entrecerró los ojos en mi dirección durante un instante; aunque, pese a eso, sentí como su postura y cada uno de sus músculos agarrotados se relajaban bajo mi cuerpo.

Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora