Keelan bailaba bien. No muy bien, debía admitir, pero suficientemente bien como para no hacernos caer al suelo. De hecho, en algún momento me pregunté cómo de mal iba a acabar mi pie aquella noche, ya que debía de haber sufrido una docena de golpes.
—Audry estaría de acuerdo conmigo: probablemente diría que los dioses te han enviado un castigo, y no es porque yo baile mal.
Fruncí el ceño, cerrando mis brazos en torno a su cuello, aproximándome tanto a él que nuestras narices podían haberse tocado. El dulce y tierno sonido del piano y del violín se entretejía entre nuestra distancia casi como un velo, marcándonos una línea, un límite que debíamos seguir a pies juntillas.
Porque esto no era más que una extraña amistad en la que estaba empezando a surgir atracción, y por ese estúpido motivo no se terminaban tratados tan importantes.
Aunque, si me hubieran preguntado a mí, a la mierda el tratado. Pero, ajá, no solo se trataba de mí. Tristemente, si podía añadir.
—Tú no crees en los dioses — le dije.
Keelan arrugó la frente, dramatizando un gesto indignado, apretando ligeramente las puntas de sus dedos contra mi cadera. Tragué saliva, notando como su pecho subía y bajaba contra el mío.—¿Asumes mis creencias? — inquirió él, echándome una cínica mirada molesta —. Eso, aquí en Aherian, será sumamente penado dentro de unos años.
—¿Y qué tipo de ley será esa? Porque suena bastante absurda.
El príncipe hizo una especie de mueca que no supe descifrar, justo antes de añadir: — La princesa Evelyn penará a cualquiera que atente contra la libertad de expresión.
Bufé casi de forma inevitable.
—Claro, cómo no.
El príncipe enarcó una ceja, aún balanceando su cuerpo ligeramente contra el mío, ambos siguiendo casi por instinto el ritmo. Era lento, pausado, pero ni romántico ni erótico; tan solo melódico.
—¿Celosa? — se burló. Sabía que no lo decía en serio, y que no era más que una broma, pero una extraña parte de mí casi quiso ofenderse por ello.
En cambio, tan solo negué. Porque no era cierto, no eran celos: era desconfianza. También un poco de repulsión, aversión y asco hacia aquel cliché de princesa bondadosa y con complejo de heroína.
Pero nada más. Nada de celos, sin duda.
—¿Celosa? Si encuentras a alguien mejor que yo, preséntamela a mí — respondí en su lugar, dedicándole un esbozo de sonrisa aguzada. Casi instantáneamente, Keelan soltó una carcajada, de nuevo echando su cabeza hacia atrás, sus ojos parcialmente ocultos mientras reía.
Una de las comisuras de mis labios se tensó, y ni siquiera supe exactamente porqué.
—¿Sabes una cosa? Evelyn sí que tiene un gusto bastante bueno — dijo él, aún con aquella enorme sonrisa sobre sus labios. Humedecí mis labios, centrada únicamente en el mar ámbar que se expandía por su iris.
—¿Lo dices porque le gustas? Porque eso sonaría demasiado egocéntrico. Tal vez no para mí, pero sí para ti, príncipe haría-todo-por-mi-reino.
—No, no lo digo por eso — cabeceó tan solo una vez. Después de eso, su mano se cerró sobre mi antebrazo, y antes de poder averiguar cómo lo había hecho, — porque definitivamente no era un experto en el baile, — mis pies giraron sobre sí mismo y me encontré a mí misma dando vueltas sobre la obsidiana. Solo vi retazos diamantinos, celestes, borrones de cada piedra que se intrincaba en la pared. Y, antes de poder perderme en el mareo, el príncipe sujetó mi mano con firmeza.
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Reino de magia y sangre [Disponible en Físico] ✔️
Fantasia•Primer libro de la Trilogía Nargrave. En los reinos de Nargrave se cuece el amor, la traición y las alianzas más inesperadas. Éire es la hija de la gran hechicera de la corte, perteneciente a la poderosa familia Gwen. Un día, tras sucesos inhóspito...