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—Lo siento.

Chifuyu se detuvo al oír su voz, la forma en que las palabras se rompieron en el espejo que era el aire. Y los pedazos eran sus ojos de ámbar, llorosos y brillantes en medio de la noche.

La cálida brisa revolvió su cabello con lentitud, acarició sus mejillas con sus dedos esqueléticos y erizó el vello de su cuerpo. Kazurora se abrazaba a sí mismo, temblando, a pesar de que hacían unos veinticuatro grados de temperatura. Pequeño, cohibido.

Arrepentido.

—No tienes por qué dejarme dormir en tu apartamento. No tienes por qué hacer nada de esto, Chifuyu. —Continuó el chico, evitando mirarle directamente. No podía, no se sentía capaz de hacerlo y exponer sus sentimientos así. —Puedes devolver la ropa en las tiendas, te compensaré el dinero gastado. Me iré a otro sitio, buscaré yo mismo un techo, yo...

En medio de la calle, las farolas iluminaban los recovecos y los contenedores de basura, un gato maulló sobre un tejado y las polillas acechaban la luz con sus alas polvorientas y peludas.

Chifuyu sacó las manos de los bolsillos y se quedó quieto, con los pensamientos perdidos en una sola palabra. Se acercó al chico, que hacía lo posible por cubrir sus vergonzosas lágrimas.

—¿Qué? —Ladeó la cabeza, la inquietud y la petición de su amigo rondando su mente como una hiena hambrienta. —Repite eso.

—No tienes por qué hacerlo. —Repitió Kazutora, sorbiendo por la nariz. —Sé que te lo ha pedido Mitsuya, tú no quieres ayudarme y lo entiendo...

—No, eso no. —Acortó un paso más de distancia, intimidándole completamente a propósito. Podía ver su angustiosa expresión, ríos húmedos pintando su piel. —Lo anterior.

Un cascabel tintineó en el silencio de la noche, apenas había gente en la calle. De hecho, no había nadie. Chifuyu vivía algo alejado del centro de la ciudad, aunque no en las afueras. Era un barrio tranquilo, con varias cafeterías y tiendas de ropa de segunda mano que solía visitar.

—Lo siento. —Su sombra le dio más miedo que nunca.

Kazutora no se molestó en cubrirse, a pesar de que pudo ver el movimiento. Dejó que aquella bofetada girara su rostro por completo, con un golpe seco que heló su corazón.

Sus labios temblaron y se tocó la zona, mirando a sus zapatos. Aquello era lo que merecía, no un nuevo hogar, no ir de compras, no cenar en un restaurante de comida rápida; merecía pasar toda su vida entre rejas.

—Otra vez. —Susurró Chifuyu, agarrándole de la chaqueta de deporte blanca y empujándole hacia atrás. —Dilo, otra vez.

—Lo siento. —Otra bofetada, el moño de su cabello se deshizo, ya débil desde horas antes.

Retrocedió hasta la pared de ladrillo de un edificio, disculpándose una, y otra, y otra, y otra vez, repitiendo aquella expresión como si pudiera cambiar el pasado mágicamente. Como si pudiera volver atrás y no volver a cometer los mismos errores.

Sólo había querido ver feliz a Mikey, porque la felicidad de los demás lo era todo para él; porque le había ilusionado darle el mejor cumpleaños, aún cuando él nunca había tenido uno. En el fondo, despreciaba las familias felices, las odiaba y anhelaba por igual. Sólo había querido curar su corazón desviado en el juicio que lo llevó al reformatorio. Invasión de la propiedad privada, intento de robo, homicidio.

—Otra vez.

Todas las noches en motocicleta, todas las tardes en casa de Baji, cuando las peleas en su propia casa eran insoportables; todas las veces que había querido acabar con todo, en la cárcel. El tubo metálico entre sus manos, Mikey sangrando, sostenido por dos de los hombres de Valhalla; el firme cuchillo, Baji cayendo al suelo, escupiendo sangre. El mismo Baji que lo había acogido durante noches enteras, cuando tenía miedo de su padre, ese Baji; el Baji al que había querido y admirado había muerto por su culpa.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora