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Inui sabía que, tarde o temprano, Kazutora no podría soportarlo más. Ya fuera la situación, su corazón roto, la incertidumbre del futuro, o las heridas sin sanar. Acabaría explotando de la peor forma posible, en el peor momento posible, y no habría vuelta atrás.

Veía su mirada bullendo de ira, podía oler la podredumbre que, en ese instante, corría por sus venas como si formara parte de él. Lo agarró del bajo de la camiseta de tirantes que llevaba, buscando hacerle notar que seguía allí, detrás de él y con miedo de que sucediera algo que no pudiera revertirse. Resultaba gracioso cómo, apenas unos minutos atrás, había sucedido al revés.

—Tú no eres mi hijo. —El hombre le echó una mirada despectiva, sin molestarse en ocultar la forma en que sus pupilas lo recorrieron de arriba a abajo. —Vuelve al lugar del que saliste, mocoso.

Kazutora arrugó la nariz con asco. Cerró el puño en torno a la nada, deseando hundirlo en cualquier lugar cercano. Pero, sintió a su amigo tirándole de la camiseta y respiró profundamente. Inspirar, expirar. Lo odiaba. La persona a la que más había odiado y temido en toda su vida estaba allí, frente a él. Y tenía que controlarse. No podía llorar, no podía reventarle la cara contra una pared.

Eran de la misma altura, poseían el mismo rasgo distintivo bajo el ojo, pero no se parecían en nada. Todas las veces que se miró al espejo, analizando sus rasgos y comparándolos con los de sus recuerdos de la infancia; todas las veces en las que alguien había hecho un cumplido sobre su físico, todas las veces que se cortó el flequillo él mismo para taparse la horrible frente que tenía. Todo llegó a su cabeza, que comenzaba a arder con fuerte migraña.

Todas las noches escondido bajo la cama o en el interior del armario, asfixiándose, buscando aunque sólo fuera una minúscula pizca de aire para poder sobrevivir. Un puño en su estómago, una voz grave y autoritaria gritándole, corrigiéndole, insultándole. Ya no se sentía tan pequeño, tan indefenso o vulnerable.

—Déjame entrar. —No era la amable petición que su yo de siete u once años habría hecho. Era una exigencia. —Quiero mis cosas de vuelta. Ahora.

El dinero. Quería el puto dinero que su madre le había dado hacía mucho tiempo, cuando tenía una humilde paga semanal por hacer las tareas de la casa. Siempre había ayudado a su madre a cocinar, a limpiar. Le encantaba limpiar desde que era un crío, sí, le resultaba relajante incluso.

Frunció el ceño cuando, finalmente, su padre se hizo a un lado, y dejó que ambos chicos entraran. Adivinó la clase de mirada que le echó a Inui y lo atrajo hacia sí en un intento de protegerlo. Su padre era un clasista de mierda y ver a alguien con un mono de trabajo medio manchado, en vez de con traje y corbata, le causaba algo parecido al rechazo. Además, su propio cabello largo, el pendiente, el tatuaje que seguía teniendo. Cosas que su padre odiaba.

Nunca había sido el hijo perfecto, tenía que admitirlo. Tampoco había nacido para complacer a los demás. Kazutora avanzó por el recibidor, exhausto mentalmente, sorprendido por el cambio de decoración. Todo estaba pintado de blanco, había un gran espejo y el suelo de parquet brillaba bajo sus pies ya descalzos. Como si fuera otra casa completamente diferente.

Sentía el ambiente volviéndose más y más pesado a medida que caminaba hacia la escalera. El silencio de su padre le daba mala espina, aunque no tenía intenciones que entablar una conversación con él.

—Estoy aquí. —Susurró Inui, subiendo la escalera que llevaba a la segunda planta, tras él.

Y Chifuyu no sabía nada. Regresaría con la cartera llena del dinero que había gastado en Hanma. Además, por fin podría empezar a cumplir la lista que tenía bajo la almohada. Una hoja de papel donde había escrito todo el dinero que todos se habían gastado en él. Lo devolvería todo y así podría sentirse tranquilo y bien consigo mismo.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora