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Era verano y tenía frío.

Estaba sentado sobre un colchón de muelles rotos, arrugando la nariz al oler el porro de marihuana. La caravana era pequeña, repleta de tantos trastos y basura que le daba una asfixiante sensación de claustrofobia, tirada en medio de un desguace abandonado hacía muchos años.

Hierro oxidado, nubes tapando la Luna, ganas de llorar. Y el recuerdo de una boca anhelando la suya, tomándole con lentitud y poca experiencia. Kazutora se frotó los ojos, con una herida sangrante en el corazón, la familiar presión en el pecho.

—Sujétalo. —Hanma le tendió el porro, intercambiándolo por la bolsa que llevaba. —¿Crees que esto es suficiente? Llevo sin comer todo el puto día.

Al menos se había cambiado de ropa. El mayor llevaba unos pantalones de tela fina, anchos y de colores psicodélicos; una camiseta de tirantes con un agujero cerca de la cintura. Ponía una expresión de asco al ver el bocadillo que le había traído, y que había conseguido en una máquina expendedora. También había dos refrescos, agua y varios paquetes de golosinas.

—Lo siento. —Se disculpó, evitando hacer contacto visual con él. —No me queda dinero.

Estaba destrozado. Tanto se notaba, que Hanma se dejó caer a su lado con suavidad, en el viejo colchón destartalado y le quitó el porro. Inhaló una calada y escupió el humo, sin importarle que estuviera cerca y que no le gustara. Sintió unos iris ambarinos recorriéndole de arriba a abajo, y se encogió, abrazando sus piernas.

Chifuyu. No podía quitárselo de la cabeza. Sus labios, su mirada, sus palabras teñidas de dolorosa confusión. Le habían arrancado una parte de su ser aquella madrugada. El chico se había ido sin mediar palabra alguna, no sabía a dónde, tampoco tenía mensajes suyos. No debería de haber pasado.

—Pues consigue más. —Gruñó Hanma, acabando el porro y arrojándolo a la chatarra. Agarró el bocadillo y abrió el envoltorio de plástico. Sonrió, era de pollo, lechuga y mayonesa. —Acabaré muriéndome de hambre, joder.

Había dejado a Mimitos durmiendo en la cama, aún cálida, había dejado el pijama en el suelo y se había vestido de negro noche. Había salido, había llamado a Inui diez veces, pero nunca hubo respuesta alguna. Incluso se arrepintió de hacerlo, porque sabía que estaba durmiendo y que, cuando despertara, se iba a preocupar. Había ido a visitar a Hanma porque tenía una puta deuda. Un trato.

El trato era Chifuyu. Y él amaba a Chifuyu.

Sentía que el vacío estaba devorando sus entrañas otra vez. Sentía que las estrellas se burlaban de su ingenuidad y estupidez. Se tocó la cabeza. Besarle, besar a Chifuyu. Se había atrevido a tanto, ¿por qué? ¿Qué derecho tenía a enamorarse? Puede que lo hubiera perdido todo.

Aún si Chifuyu había sido el que no había permitido que se alejara. Aún si había vuelto a él, acariciando su nuca, enredando los dedos en su cabello. Se arrepentía tanto de haberle destrozado de aquella forma, sus ojos azules derramando lágrimas de cristal cortante. ¿Cómo había podido ser tan idiota? Era la persona que más daño le había hecho alguna vez. No merecía nada.

Dolía. Las heridas de sus manos escocían como si estuvieran cubiertas de alcohol. No se había puesto las vendas y podía ver la piel levantada, los raspones. Adivinaba la cicatriz en la penumbra. Se odiaba. No podría volver a mirarle a la cara sin sentirse culpable.

—¿Por qué estás en Tokio? —Preguntó, tragando saliva. Necesitaba distraerse para no caer de nuevo al abismo, se tocó los antebrazos a través de la tela negra y se clavó las uñas.

—¿Y a ti qué te importa? Métete en tus asuntos. —Hanma masticó la comida ruidosamente, bebiendo agua cada pocos minutos. —Hoy estás insoportable, ¿no deberías estar buscando dinero?

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora