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Kazutora cerró los ojos. Inspiró. Expiró. Cálmate.

Se miró al espejo, con un nudo en la garganta y apretó el lavamanos entre las manos, haciendo fuerza hasta que sus dedos se volvieron temblorosos y sus nudillos se tornaron de un suave blanquecino. Tomaba bocanadas de aire constantes, intentando acompasar el ritmo de sus pulmones al ritmo que tenía en su cabeza. Cálmate. Tal vez había sido algo ingenuo pensar que estaba preparado para una situación así.

La primera noche del festival.

Múltiples ojos que lo observaban, múltiples pares de miradas que podían ver la sangre viscosa que goteaba de sus manos. Podía verla en su reflejo, se deslizaba por toda su palma y manchaba su rostro de gotas brillantes y rojas. Múltiples personas que acaparaban demasiado espacio, demasiado aire, demasiado ruido, demasiados olores de puestos de comida callejera. No había imaginado que la primera noche del festival iba a ser tan asfixiante.

Las bisagras de la puerta gimieron y ésta se abrió con un chirrido desagradable. Una figura bajo el umbral, una sonrisa tímida que alcanzó sus facciones pálidas de ansiedad.

—Te dije que si te encontrabas mal nos iríamos, Tora. —Chifuyu lo miró con preocupación, las mejillas rosadas por un chupito de sake frío que se había tomado hacía unos minutos. Vestía con un sencillo yukata gris. —¿Por qué no has dicho nada?

—Porque me lo estaba pasando bien. —Suspiró, abriendo el grifo de agua y llenando sus manos. —No quería arruinar la noche.

Ser sincero después de tantas mentiras se sentía bien en su paladar. Era un sabor dulce en medio de la amargura. Se empapó la cara hasta que sus huesos se helaron a pesar del calor del verano. El agua salpicó parte de su yukata azul, y se quedó quieto cuando Chifuyu cerró la puerta a sus espaldas y se acercó a él.

Un escalofrío placentero recorrió su columna cuando unos dedos tocaron su cabello. El chico le ajustó las trenzas que se había hecho antes de salir. Adoraba que le tocaran el cabello, especialmente si era él y estaba lo suficientemente ebrio como para inclinarse por encima de su hombro y regalarle un beso en la mejilla.

—¿Estás borracho? —Preguntó, tocándose la zona, algo consternado porque no se lo había esperado. A pesar de que los pequeños gestos habían sido comunes a lo largo de la noche, no lo era algo como aquello. Básicamente porque siempre era el mismo ritual, mirarse, tocarse la cara mutuamente, pensar en sus pecados, en sangre, y proseguir sanando.

—¿No puedo darte un beso sin que parezca que lo esté? —Frunció el ceño, interponiéndose entre el espejo y él. Lo tomó de los hombros y lo miró de cerca, desplazando el tacto a su mandíbula. —No te fuerces a ti mismo, ha sido suficiente por hoy.

El familiar cosquilleo de estar enamorado erizó el vello de sus brazos. Asintió, parpadeando un par de veces, recibiendo un beso en la frente. Se quedó ahí plantado cuando Chifuyu salió del baño sin decir una sola palabra más. Descubrió en su reflejo una sonrisa de idiota y se tocó el rostro, con la dulce sensación de ser querido, no por cualquiera, sino por él.

En tres días, cuando el festival acabara, le contaría el tema de Hanma. Decidió aquello mientras salía del lugar a la terraza al aire libre, donde sus amigos y él habían estado bebiendo y charlando hasta entonces. Podría cerciorarse de que estuviera muerto si lograba contactar con alguno de esos tipos, o quizá lo sabría con tan sólo encender la televisión. La libertad revolvía su ánimo del mismo modo que lo hacía una motocicleta combinada con la velocidad adecuada.

De una forma u otra, él pertenecía a la misma escoria. Seishu continuaba teniendo un rasguño en el cuello, las mentiras que dijo nunca podrían borrarse y la tienda que atracaron no podía recuperar lo robado. El primer paso era aceptarlo, fácil; el segundo era aprender a vivir con ello sin consumirse. Una venda se ajustaba en torno a su muñeca izquierda.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora