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La cama de Chifuyu era mullida y cómoda. Olía a él. Kazutora cerró los ojos, disfrutando de una pequeña caricia por su cabeza.

—¿Estás mejor?

Asintió, metido bajo las sábanas como un polluelo. A su lado, Chifuyu lo miraba con cariño, apartando un mechón oscuro de su rostro. Gestos sosegados, la ventana abierta con el usual calor del verano, silencio en la calle.

La cena había sido tranquila y silenciosa, llena de inevitable tensión. Prefirieron sopa y verduras, incapaces de hacer carne y usar cuchillos para cortar. Después de ver la mitad de una película, el sueño había comenzado a pesar sobre ambos, que estuvieron a punto de caer rendidos en el sofá.

No sabía qué hacer exactamente, pero lo haría. Lo que fuera. Se le ocurriría algo durante la madrugada, buscaría en Internet. Nunca había estado cerca de una persona tan problemática mentalmente como lo era Kazutora.

—Me voy ya, ¿vale?

—No... —Kazutora salió de la cama y agarró su muñeca con delicadeza. Apretó en un gesto de camaradería. —Cinco minutos más, por favor.

No podía negarse a sus ojitos brillantes y su expresión de súplica. Se dejó caer de nuevo a su lado, paseando el índice por la curvatura del puente de su nariz, hasta llegar a la punta.

Le estaba dejando su habitación. Su cama, sus mantas. Se preguntó cuántos años hacía que no había dormido en una cama normal. Creía que lo necesitaba, al igual que necesitaba terapia, pero no tenía el dinero suficiente como para llevarlo a una consulta. Era demasiado costoso.

Además, no quería verle triste y con ojeras. Prefería dejarle su cama durante un mes entero, a ser testigo de cómo iba degenerando poco a poco. Tenía que dormir bien, aquella noche estaba seguro de que descansaría. Al menos lo suficiente como para que no se pasara todo el día bostezando.

Tomó un libro que solía leer cuando no podía conciliar el sueño y se cruzó de piernas, junto a la mesita de noche. Le tapaba la luz a Kazutora, así podría irse cuando se hubiera dormido. Dejó una mano a su espalda, cerca de él. Sintió que jugueteaba con sus dedos.

Se quedó junto a él media hora, hasta que escucho su respiración volviéndose lentamente constante, un pequeño suspiro proveniente de su boca. Solo entonces guardó el libro y se incorporó.

—Buenas noches. —Susurró, admirando un rayo de Luna que pintaba la suavidad de sus facciones.

Chifuyu salió de su habitación caminando de puntillas, cerrando la puerta tras de sí. Había preparado el sofá con una manta y un nido con varios cojines, pero no planeaba dormir hasta más tarde. En vez de eso, acudió a la cocina y cambió de lugar todos los objetos punzantes que allí había. En completo silencio, descalzo y en pijama de verano.

Una vez hubo terminado, abrió la ventana. Se asomó hacia afuera, con un cigarro entre los labios y el teléfono pegado a la oreja. Había marcado un número en concreto.

—¿Eh? —Una voz adormilada se escuchó al otro lado de la línea. La persona al otro lado gruñó delirantemente. —Te mataré si no tienes una buena razón para llamarme a las once de la noche, Chifuyu.

Puso los ojos en blanco. Para Inui cualquier hora era tarde para llamarle, aunque, a decir verdad, tampoco es que fueran amigos íntimos o se hablaran demasiado.

Casi se lo imaginó en la cama, medio desnudo y con las ventanas abiertas, despeinado y con cara de gato enfadado. Era así. Sus horas de sueño eran demasiado importantes, más que cualquier otra cosa. Lo había visto faltar a eventos, llegar tarde a trabajar e incluso dormirse en las situaciones más extrañas, como la vez en que una motocicleta cayó encima de él. Hasta que Draken lo encontró roncando —enloqueció pensando que estaba inconsciente—, no se despertó.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora