Sentados sobre la hierba, dos enamorados charlaban. Palillos adornaban sus dedos y, de vez en cuando, se llevaban a la boca un puñado de fideos, que sorbían con lentitud.
El olor a rosas llegaba a sus fosas nasales, opacando el de la comida. Flores rojas y brillantes, tanto como la sangre. Pero a él no le gustaban las rosas. En su lugar, un ramillete de anémonas del viento yacía a su lado. Algunos pétalos eran blancos, coloreados por un rubor lila que se intensificaba en su polen. Las anémonas eran las flores del amor efímero y frágil.
—Yo... Realmente quiero poder entenderlo. —Dejaba los palillos a un lado, mirando la fría piedra. —Pero, pienso en ti y...
Chifuyu no hablaba con nadie, Chifuyu lloraba solo.
Bajó la cabeza, cohibido. Su corazón latía con torpeza por todo su pecho, aterrado por los recuerdos. No se molestaba en bajar la voz cuando alguien pasaba metros detrás de él, por el camino de gravilla que sorteaba las tumbas y monumentos funerarios.
La brisa de verano se entrelazó con sus dedos y cerró los ojos, imaginándolo allí, a su lado. Si pudiera verle una vez más, si tan sólo pudiera volver a oír su voz por las noches. Un quejido hizo temblar los labios que nunca lo habían besado.
—He estado tan solo estos últimos años... —Sollozó, con el tupper de peyoung yakisoba en el regazo. —Esto se siente tan raro...
Sorbió por la nariz, llevando los palillos a su boca y sorbiendo ruidosamente. Pedazos de cristal se deslizaban por sus mejillas rojizas, caían a la comida y la volvían salada y triste.
Quería volver atrás, decirle que era lo mejor que le había pasado en la vida. Que quería volver a bailar con él y olvidar el resto del mundo, aunque sólo fuera por una madrugada. Volver a escuchar sus golpes en la ventana, volver a sentir su peso en la almohada, a su lado.
Quería volver a hablar de gatos y peleas, poder abrazarlo y sostenerlo con cuidado, mientras le curaba heridas de rebeldía. Oír su nombre de aquella boca, pedirle que lo dijera de nuevo y regañarle cuando tuviera faltas de ortografía en sus mensajes.
—Kazutora está mejor que la última vez. —Se frotó uno de sus ojos, pensando en el susodicho, en su delicada forma de hablar. —Se ha recuperado, o algo así. Estoy seguro de que te haría muy feliz verlo de nuevo.
Todos los colores le recordaban a su risa, a su largo cabello. Todas las melodías le recordaban a él y la forma en que se sentaba y dejaba que le peinara. Aquellos gestos siempre habían sido muy personales. Íntimos, incluso. Pero era una intimidad bonita, silencios cómodos y llenos de pequeñas risas por lo bajo, rubores que trataban de ocultar.
—Quiero intentarlo, Baji. —Susurró, limpiándose la comisura del labio con una servilleta. —Quiero conocerlo y cuidarlo sólo para que estés tranquilo allí arriba y...
¿Y? Seguía escuchando aquella canción e imaginando cómo sería bailarla con él, borrachos y en medio de la playa.
—Yo también quiero hacerle feliz. —Sus palabras se rompieron y se tapó la boca, encogiéndose de dolor. Era un dolor fuerte, en el pecho, su corazón se estaba rompiendo, tartamudeaba. Las brechas le harían vomitar sangre. —Porque... Creo que es una buena persona y que merece una... —Negó para sí mismo, como si intentara no llorar.
Ojos de cálida miel, voz de terciopelo. Trazos negros que serpenteaban por su cuello, formando un felino peligroso y hostil. Manos nerviosas, sueños inquietos; sonrisas titubeantes.
Se preguntó qué estaría haciendo en aquel instante. Tal vez estaría limpiando su futura habitación, colocando libros infantiles sobre las baldas, leyendo poesía. Tal vez estaría comiendo lo que habia sobrado de la cena de la noche anterior, o habría salido a dar un paseo por el parque, o estaría viendo la televisión. Quizá estaría descubriendo lo que había en su teléfono nuevo.
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Treasure || KazuFuyu
FanfictionEn medio de la noche, Chifuyu recibe una llamada que hiela su sangre y abre heridas del pasado. Después de diez años, condenado por homicidio, Kazutora Hanemiya ha salido de la cárcel. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Ken Wakui » Basado...