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El cri-cri-cri de los grillos llenaba el ambiente de naturaleza y bosque, haciéndose oír por encima del riachuelo. Brisa de verano revolvía su cabello, acariciaba su sonrisa con calidez y mecía las ramas largas de un sauce llorón. El agua relucía con destellos de plata bajo un rayo de Luna y el astro le pintaba de palidez nocturna los rasgos suaves del rostro.

Kazutora miró el dorso de su mano, sentado sobre la manta que habían extendido. Las briznas de hierba asomaban por los bordes, donde se habían quedado las sandalias de madera que llevaban a juego con los yukata.

—Mira, un bichito. —Ternura y rubor, la pequeña lucecita caminaba por su piel con calma, hasta que se elevó en la noche. La luciérnaga revoloteó en la penumbra hasta llegar a un arbusto de la orilla opuesta, donde brillaban más como ella.

Tenía que admitirlo, era un lugar mágico lleno de silencio ribeteado por naturaleza. Ni un solo alma, más allá de los árboles, donde se encontraba un santuario abandonado y comido por el musgo. Nadie más, ni una sola persona, sólo el sonido constante de las hojas de los árboles en pleno bosque y los grillos cantando al son del viento. Ni una sola nube en el cielo oscuro, toda la ciudad de Tokio acallada a lo lejos, conteniendo el aliento a la espera del espectáculo de pirotecnia.

Bajó el tacto hacia la manta de cuadros y tocó los dedos del otro con disimulo, hasta tomar su mano. Notaba calor en la cara y su sonrisa se tornó nerviosa al alzar la mirada y comprobar que aquellos ojos azules se apartaban hacia otro lado con vergüenza. Baji estaría feliz de que dos personas a las que amaba aprendieran a amarse. Así como él también tenía aquella tonta felicidad atascada en el pecho en forma de una duda que comenzaba a disiparse poco a poco.

Poco a poco, hasta que sus bocas se encontraron. Helado y chicle de menta. Apoyó una mano en su pecho y ambos se dejaron caer tumbados.

—Quiero quedarme aquí toda la noche. —Suspiró Chifuyu, presionando la mano del otro sobre su corazón, como si así tuviera forma de hacerlo parte de él. —Me va a dar mucha pereza volver después de esto.

—Pensé que ibas a decir algo más empalagoso.

—Se te está pegando la actitud de Inui. —Alzó las cejas, divertido. Observó la graciosa curvatura de su nariz y usó el brazo que mantenía por encima de su cabeza para rodearle y atraerle hacia sí. —¿Qué creías que iba a decir?

—No sé. —Susurró el otro, pegándose a su costado. Carraspeó, mariposas en su estómago, estaba tan enamorado que las palabras no salieron hasta que se incorporó sobre uno de sus codos, apoyando una mano junto a su cabeza. Se inclinó sobre su pecho, el cabello se deslizó hacia delante y ocultó del bosque y sus criaturas un beso. —Algo como que querías quedarte aquí, conmigo.

Tal vez Seishu sí le estaba contagiando la personalidad. Pero, hubo algo, una sonrisa contra sus labios que alteró cada parte de su ser, Chifuyu acariciando su mandíbula, subiendo hasta recoger un mechón rubio y ocultarlo tras su oreja.

Puede que aquella fuera una de las cosas por las que había acabado sintiendo algo más que simpatía hacia él. Porque Chifuyu era calmado y lógico, inteligente y ordenado; así como no dudaba en reír y perder los estribos frente a la felicidad y el insoportable calor del verano. Porque le gustaba todo lo que a él también, la literatura, los mangas; no tenían que pelearse para elegir una película porque tenían gustos similares. Se parecían lo suficiente como para no pelearse, pero también equilibraban sus carencias y se complementaban con acierto cuando trabajaban.

Ese era el chico del que Baji le había hablado en sus cartas. Eran lo único que le había alegrado durante su estancia en el reformatorio, su única motivación para seguir adelante y su padre lo había tirado todo a la basura. «Cuando salgas te lo presentaré».

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora