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—¿De verdad vas a venderte por un bisturí?

Kazutora bajó la cabeza en señal de sumisión y asintió. Nadie sabía exactamente lo que había hecho aquel hombre, de aspecto más bien fornido y cubierto de tatuajes, con el pelo rapado y una cicatriz que cruzaba su cuello y bajaba hasta esconderse bajo el uniforme anaranjado. Pero, lo que sí sabía todo el mundo era que ese tipo podía conseguir cualquier cosa de la prisión.

No era gratis. Nada allí lo era. Por eso, una sonrisa asomó a sus labios, sin emitir sonido alguno. Había estado esperando tantas noches para poder acudir a un sitio reservado y pedírselo de la manera más educada posible. Ambos estaban sacando la basura a los contenedores del patio, pronto aparecería el camión. Había un guardia apostado en la puerta desde donde habían salido.

Aquella era su mejor oportunidad. No tendría otra más, acabaría por reventarse la cabeza contra las rejas si no lo conseguía de una jodida vez. Se abrazó a sí mismo, mientras el aire nocturno revolvía su cabello y esperaba por una respuesta que fuera mínimamente positiva.

—¿Tú...? —El hombre se acercó a él para husmear en sus narices. Se agachó a su altura y le tomó del pelo, echándolo hacia atrás y mirándole mejor. —Escucha mocoso, no soy un maricón de mierda, ¿sabes? Si no te han follado aún es porque nadie lo es, así que lleva tu agujero de putilla lejos de mí.

Fue un flechazo directo a su corazón. Las lágrimas acudieron a sus ojos. ¿Qué más podía venderle sino eso? ¿Sino la puta virginidad que, por algún motivo, conservaba? Iba a morir, iba a morir de una forma u otra, ¿por qué importaba, siquiera?

—No. —Susurró, agarrándole del uniforme cuando el mayor quiso darse la vuelta. Cerró los puños en torno a la tela y sacudió con fuerza. —¡Por favor!

Era inevitable. De una forma u otra ya no tenía nada a lo que agarrarse y el pensamiento había rondado su mente como una hiena hambrienta desde meses atrás. No saldría vivo de allí, tampoco es que lo quisiera. Sólo quería desaparecer, pagar por lo que había hecho de la forma en que debió hacerlo mucho tiempo antes.

Un bisturí de la enfermería sería el objeto perfecto, diseñado única y exclusivamente para cortar carne humana. Un corte limpio y profundo, ninguna posibilidad de sobrevivir.

Sintió la mirada del guarda en ambos. El hombre lo empujó y Kazutora cayó estrepitosamente al suelo, levantando una nube de polvo arenoso que se metió en sus fosas nasales. Tosió, con los ojos rojizos y las lágrimas bajando por sus mejillas. Patético, era patético y nada más.

—Joder, sí que estás desesperado. —Gruñó el tipo, echando un vistazo al camión de la basura, que entraba al lugar. Varios guardias salieron a inspeccionar el camión y a quien lo conducía. La seguridad era demasiado impecable. —Bueno, ¿eso que dicen de ti es cierto?

Se puso en pie con dificultad, sus rodillas temblaban y, bajo el uniforme, estaban llenas de rozaduras y raspones, con la piel levantada y en carne viva. Si no podía conseguir un bisturí por las buenas, tendría que conseguirlo por las malas. Se metería debajo del puto camión si hacía falta para acabar en la enfermería, o en el hospital.

—¿Qué dicen de mí?

—Pues que la chupas bien, Gatito, ¿qué iban a decir sino?

El hombre alzó una ceja, mirándole con aires de superioridad. Silencio, el sonido de las ruedas. Los dos se apartaron a un lado de los contenedores, esperando a que el camión estuviera en posición. Pudo sentir su cercanía, el calor de su enorme cuerpo junto al suyo, pequeño y juvenil. Mierda, sería carne de cañón para el tipo.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora