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Por razones como aquella, nadie quería enfadar a Kakucho Hitto.

Y, de hecho, era una persona bastante tranquila. Pocas veces había perdido los papeles, aún teniendo motivos para ello. De todas las bromas pesadas que Sanzu le había gastado —entre ellas retirarle una silla hacia atrás cuando iba a sentarse, echarle sal en vez de azúcar en el café, o cortarle la luz de su apartamento por pura diversión mientras se estaba duchando—, sólo en una ocasión le había dado una bofetada, cuando le preguntó burlonamente por qué usaba gafas y no monóculo. Sin embargo, Kazutora era una cosa completamente distinta.

—No tienes derecho a pegarme. —Se quejó el menor, tocándose la mejilla. Se había caído del taburete y estaba en el suelo, intentando levantarse con torpeza, aturdido. —Ahora tú y yo somos iguales, ¿entiendes? Y te pones así porque te toqué una teta, mimimi...

Kakucho bajó de su sitio, indignado, y lo agarró de la camiseta que olía a Sanzu y a una mezcla de perfumes y esencias cuyo origen no quería imaginar. Lo miró con frustración, pensando en lo mucho que había cambiado ese mocoso desde su llegada. Estampó los nudillos contra su nariz respingada.

El chico que bajaba la cabeza y acataba órdenes, que no se atrevía a alzar la voz o la mirada, ciertamente tímido y, sobre todo, sobrio de cualquier sustancia. Los hermanos Haitani y Sanzu habían adoptado y enseñado a aquel mocoso como si de un perro se tratara. Lo habían educado, lo habían corrompido por completo. No quedaba ni rastro del que había estado inconsciente en el hospital, respirando con ayuda de una máquina.

Aquellas pupilas estaban ligeramente dilatadas, le sonreía con diversión, como si drogarse y ofrecerle una mamada a alguien fueran cosas que hiciera en su día a día. Chasqueó la lengua cuando una mano intentó rozarle la mandíbula y le cruzó el rostro de una bofetada, dejándolo caer al suelo. La visión de Kazutora se nubló por el golpe en la nuca. Confuso y con adrenalina en las venas, se asustó al notarle encima. Jadeó, intentando apartarle, moviendo las piernas inútilmente, arrastrándose por las baldosas del bar vacío.

—Eres patético. —Gruñó, encerrando su pecho entre sus muslos, subido a horcajadas sobre su torso. Iba a destrozarlo con cada palabra incorrecta, con cada cosa fuera de lugar. —Llevas meses pasando de cama en cama con los Haitani y Sanzu, ¿verdad?

—Suéltame...

Recordaba a Izana. Recordaba todas las manipulaciones, los engaños, recordaba sus ojitos llorosos de por las noches. El sufrimiento de cada mañana, al despertar, su corazón ardiente en remordimientos. Kakucho no pudo protegerlo de sí mismo, soñaba siempre con ello, buscaba en sus memorias ápices de momentos felices para acallar el dolor. Odiaba a aquel chico, que aún intentaba librarse en vano de él, y ni siquiera alcanzaba a saber el por qué.

El mocoso alzó la mano para tratar de pegarle, pero le agarró la muñeca y la estampó contra el suelo. Un quejido. Podía ver las gasas y las vendas de sus brazos, a sabiendas de lo dañado que estaba su cuerpo en aquel instante. La prueba de fidelidad lo había dejado hecho un desastre, pero no le causaba compasión. Sólo rechazo. Kazutora estaba allí por algo que no era precisamente gusto. Nadie había acabado en Bonten por diversión, a excepción de los Haitani y Sanzu, quizá. Y, en vez de seguir adelante como una persona normal, ¿qué hacía? Bebía, fumaba, tragaba pastillas, hacía que el cabecero de su cama rebotara contra la pared.

—¿¡Y qué hay de esa persona!? —Exclamó, fuera de sí. Sus ojos se llenaron de lágrimas sin darse cuenta. —¡¡Por eso estás aquí!! ¿¡Verdad!?

Izana tapándole la cara desde detrás, con su inocencia infantil y sus guantes de lana. Suave. Cálido. Izana y su ingenio, sus dibujos, su gran imaginación. Cada mañana le despertaba sólo para contarle lo que había soñado. «¡Soñé contigo, Kakucho! Creábamos nuestro reino, así que... Hoy hay que trabajar, vamos, ¡levántate!». Y todas las veces que había intentado hacerle retroceder en sus planes, para que no cayera a una oscuridad de la que jamás podría regresar.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora