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El departamento de crimen organizado de la Policía de Tokio era ciertamente efectivo. O eso podría decirse si al menos hubieran logrado atrapar a su criminal más buscado.

Pero Hanma Shūji yacía muerto en un charco de su propia sangre, con un agujero de bala en la cabeza y los ojos aún abiertos, vidriosos en algún punto del cielo. Un hilillo rojizo escapaba de su boca y caía por su barbilla. Sus ropas mugrientas estaban caladas en rojo oscuro y los insectos habían comenzado a acumularse alrededor de las heridas.

Naoto Tachibana puso los brazos en jarras, observando cómo los criminalistas marcaban los indicios de la escena del crimen. Un pequeño cartel blanco por aquí y por allá, siguiendo todo el camino de gotas de muerte que iba desde quince minutos de distancia, en bosque profundo, hasta aquel lugar. Frunció el ceño notoriamente. Incluso sin saber qué había ocurrido, podía intuir que Hanma había huido de algo, o alguien.

Y, al lado de donde había estado su cadáver, levantado cuidadosamente por el equipo forense, había hierba hundida. Como si allí hubiera habido otra persona, en algún momento de la noche. Frunció el ceño cuando su walkie-talkie vibró, se lo llevó a la oreja, abriendo el canal de voz.

—Tachibana, los chicos están esperando. —Anunció una voz, al otro lado de la línea.

—Estaré allí en poco. —Determinó, antes de guardar el aparato de vuelta en su bolsillo. No dudó en acercarse a uno de los criminalistas que buscaban entre la hierba algún tipo de pista más. Un tipo recogía con manos enguantadas y pinzas una hebra cabello y la metía en el interior de una bolsa de plástico. Era largo y rubio. —Aquí ha estado otra persona. —Aquello fue como una pregunta, más bien una opinión tirada al aire para ver si el hombre concordada.

—No lo dudo, pero prefiero esperar a recoger muestras de huellas. —Comentó su compañero, incorporándose y cerrando la bolsa con un zip seco. —Estoy seguro de que debe haberlas por todos los árboles que tienen sangre de Shūji, y si no lo comprobamos pronto las pruebas se estropearán.

Tragó saliva y asintió. No había sido una ejecución normal y corriente, a pesar de que la causa de muerte seguramente hubiera sido el balazo en la frente. Hanma había estado desangrándose durante quién sabía cuánto tiempo. Y odiaba trabajar en ambientes tan naturales como aquel, donde las pruebas podían borrarse con facilidad.

Quiso añadir algo más, pero otro de sus compañeros interrumpió el momento. Botas sobre la hierba húmeda por la lluvia que hacía pocos minutos que había cesado. Los relámpagos habían huido del cielo, dejando una estela de nubes difusas y luz de Luna. El tipo llevaba una bolsa de plástico donde podía verse un aparato telefónico.

Sorprendido por el hallazgo, tomó la bolsa con el teléfono en su interior y, minutos después se lo mostraba a uno de aquellos chicos.

—¿Es este el teléfono de Kazutora Hanemiya? —Preguntó, haciendo presión en el plástico para tocar el botón de encendido.

La pantalla se iluminó, mostrando un fondo de un cachorro de gato cubierto por la barra de notificaciones, que tenía varios mensajes y llamadas. Chifuyu se quedó helado. Asintió con lentitud, notando la presencia de Seishu a su lado. Se abrazaba a sí mismo, azotado por la brisa de la madrugada.

El lugar estaba desierto, su corazón estaba asustado, los latidos se asemejaban a tambores en sus oídos. No podía sentir nada más allá de una presión en el pecho, el recuerdo de Hanma muerto. Habían sido Mitsuya y él quienes habían encontrado el cuerpo y, posteriormente, llamado a la Policía. Su amigo estaba sentado con Hakkai en las escaleras que llevaban al torii, con una expresión neutra y los párpados caídos. Yuzuha estaba alejada de ambos, como si quisiera tener un momento a solas.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora