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Inui no estaba allí para protegerlo. Chifuyu y sus abrazos no podían salvarlo. Sentía que sus piernas se derretían, que caería al suelo tapándose la cabeza y suplicando por su vida.

—¿Qué quieres de mí? —Alcanzó a decir, gotas de sudor caían por su nuca. Una bola de plomo pesaba en su garganta y cerraba sus palabras.

El cañón del frío arma comenzó a calentarse contra la tela de su camiseta. La pistola subió por su abdomen, acariciando su torso con tentación, esquivando su desbocado corazón para acabar en su cuello. Hanma presionó el arma bajo su mandíbula, sobre los trazos negros de aquel felino tatuado.

Su cuerpo temblaba, Kazutora cerró los ojos y respiró con profundidad, pero no podía meter más aire en sus pulmones marchitos. Como si se negaran a seguir haciendo su trabajo. Sus manos hormigueaban de dolor, como fuego, raspadas y perladas de rojo intenso.

—Dinero. —Escupió el chico, su índice rozó el gatillo únicamente por diversión. Se escucharon varias voces fuera del callejón, sirenas de Policía. Agarró al otro del brazo y lo arrastró hacia el otro lado del contenedor, ocultos por la basura. —Tengo hambre. Ve a comprar algo.

Las lágrimas asomaron a sus ojos y tartamudeó una expresión de duda. Retrocedió hacia atrás hasta que su espalda chocó contra la pared, el miedo inundaba sus sentidos. Sus oídos retumbaban y dolían con los martillazos que eran sus latidos, ni siquiera creía haber escuchado bien.

Intentó apartar el rostro cuando una mano atrapó sus mejillas, unas uñas se clavaron en su piel y Hanma le obligó a mirarle. Lloroso, patético, hecho gelatina sobre su propia reputación.

—Por favor... —Lloriqueó, desviando la vista al suelo, negándose a hacer contacto visual con él.

Aquel cabello estaba grasiento y sucio, enredado en algunos mechones. El rubio estaba decolorado con torpeza y una extraña capa verdosa hecha jirones era lo más llamativo de su atuendo. Sus zapatos estaban sucios de tierra y barro, como si acabara de cavar una tumba. Tenía el rostro manchado de hollín, los dedos manchados de lo que parecía ser aceite de motocicleta.

—Sí, esto va de favores, gatito. —Finalmente, su expresión se tornó tranquila. Guardó el arma ante sus narices y suspiró. —Tienes una deuda conmigo, ¿o ya no te acuerdas? —Una negación, Kazutora se dejó caer en el hormigón, asustado, rendido frente al terror. Se arrodilló delante de él. —Después de darte refugio en Valhalla la noche que no te dejaron volver a casa, después de facilitarte un arma... ¿No es justo que me devuelvas lo recibido?

Su memoria estaba llena de lagunas. En ocasiones sentía que no era nadie, porque apenas tenía recuerdos que fueran sustanciales o felices. Sin embargo...

Se encogió, tocándose la cabeza. Agarró su propio pelo hasta que se hizo daño, temblando. Unos dedos limpiaron sus lágrimas con falso paternalismo y, ahí estaba de nuevo, una noche asquerosamente helada en pleno octubre. Su padre había visitado su casa y no le había dejado entrar, a él, a su propio hijo. Había tenido que pasar la noche fuera.

Fuera, con Hanma. En el escondrijo que era la guarida de Valhalla, vacía de madrugada. El chico le había comprado una hamburguesa y le había dejado una chaqueta para que pudiera quedarse, porque Baji no contestaba sus llamadas. Se había sentido tan pequeño, tan insignificante.

—Lloras igual que cuando eras un crío. —Comentó el mayor, dejándose caer sentado a su lado. Le ofreció un trapo sucio de quién sabía qué para limpiarse, que rechazó amablemente. —Perdiste mi cuchillo, y ni siquiera tuviste el valor para matar a tu propio padre. En vez de eso...

Su sangre se heló.

—Cállate. —Musitó, sintiendo el calor que emanaba junto a él. Su vello se erizó cuando aquel aliento refrescado con chicles de menta rozó su oreja. Apartó la cabeza, pero el otro lo agarró y lo acercó, obligándole a escuchar la sentencia.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora