Por su culpa, Baji no estaba descansando en paz.
Todas aquellas fotografías, sonrisas que se habían perdido en el mar que era la infinita arena del tiempo. Mirada astuta, raspones en los nudillos y en las mejillas, sonrisa pícara. Juguetón y provocador, lanzado a cualquier riesgo. Había sido tan perfecto como cualquier noche de verano. Verle sonreír, tan joven, le alegraba y abría las heridas más profundas de su corazón.
—Oye, Fuyu. —Llamaba, mirándole desde su hombro, donde estaba apoyado y leía lo que él también estaba leyendo. —Si sigues poniendo esa cara de cachorro abandonado, no te dejaré salir de mi habitación en toda la noche.
—Pero, es triste. Al final no acaban juntos.
—¿Y qué? —Había contestado, encogiéndose de hombros. Buscaba su mano en silencio, aunque nunca llegó a tomarla. —Lo único que importa es que ambos sabían que sus sentimientos eran correspondidos. Así, él pudo morir tranquilo. —Un murmullo por lo bajo. —Entonces, ¿te quedarás? Mi madre dice que eres buena influencia y le gusta que te quedes a cenar...
Baji siempre lo observaba con atención, escuchaba lo que decía como si fuera algo sagrado. Se las daba de chico malo, pero se sabía todas las canciones de su playlist de kpop por él. Y siempre había sido tan atractivo, incluso ahí, ¿cuántos años tendría en esa fotografía donde sonreía con Mitsuya al lado? ¿Doce? Podía ver el hombre en el que podría haberse convertido.
Chifuyu sonrió, apartando las lágrimas que ya caían por sus mejillas. Apagó el teléfono —si no fuera de Kazutora lo habría lanzado contra la pared— y se revolvió entre las sábanas, con un vacío en el pecho. Quizá no debería de haber visto todo eso antes de dormir.
Eran las dos de la madrugada y, como otras tantas veces, sólo una persona ocupaba sus pensamientos, los consumía, hacía de ellos incienso en el cementerio. Como si la lluvia siguiera cayendo por encima de su cuerpo, calando en su ropa, todas las veces que fue a visitarle aún si había tormenta.
Le había dado la mitad de su vida a su primer amor, a uno que había muerto.
Mitsuya lo había visitado en varias ocasiones, alegando que no podía quedarse encerrado y triste para siempre, Draken le había comprado maquetas de aviones; Inui le había preparado una infusión de frutos rojos. Takemichi le había pedido que buscara ayuda profesional para salir adelante. Yuzuha lo había animado jugando con él a las cartas, incluso se había quedado con él para ver un reality show de Kpop que ambos seguían.
Chifuyu comenzaba a darse cuenta de que no estaba viviendo, sino muriendo lentamente. Tenía que seguir adelante, dejarle descansar en paz y honrar su memoria de una forma que no fuera tan obsesiva y dolorosa.
Y, por primera vez, apareció otra persona en su cabeza.
—Kazutora. —Susurró, recuperando el teléfono de entre las sábanas y encendiéndolo de nuevo.
Entró en la galería y buscó. Realmente salía en la mayoría de fotografías, pero no le había prestado atención. Llevaba un corte de pelo extraño y siempre permanecía junto a Baji, como si fuera su lugar seguro. Sin embargo, había unas pocas fotografías donde Kazutora era un niño.
Donde no tenía ningún tatuaje, ni se había cortado el pelo, ni llevaba el uniforme de la Tōman. Ahí sólo había un chico de apariencia inocente, con las comisuras de los labios manchadas de chocolate. Baji rodeaba sus hombros con un brazo y se lanzaba para pegarle un bocado a su helado. Kazutora tenía una graciosa expresión de sorpresa y reía. Su cabello era oscuro, el flequillo cubría su frente y en sus ojos había algo que no sabía cómo definir. Algo escondido.
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Treasure || KazuFuyu
FanfictionEn medio de la noche, Chifuyu recibe una llamada que hiela su sangre y abre heridas del pasado. Después de diez años, condenado por homicidio, Kazutora Hanemiya ha salido de la cárcel. ©Los personajes no me pertenecen, créditos a Ken Wakui » Basado...