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Naoto pisó el acelerador a fondo, con la ventanilla abierta y el aire helado despertando en él una sensación de euforia.

Había investigado a fondo la cinta que Kakucho Hitto dejó como legado al mundo. Los lugares, las fechas, incluso los pocos nombres que, aún si no mencionó, aparecieron en sus recuerdos por informes que había leído. Por supuesto que sabía quién había sido aquel hombre.

Fue fácil hilarlo todo, vincularlo al desaparecido Sano Manjiro pero, cuando lo tuvo, se preguntó qué habría hecho Wakasa.

¿Había sido precipitado tomar su arma y dirigirse al punto de luz que era Chifuyu en su panel de GPS? ¿Había sido incoherente en algún punto de su investigación? ¿Qué demonios diría su antiguo compañero?

—Sólo podrías haber hecho esto —susurró, sonriendo para sí. Había aprendido tantas cosas de él como compañero de trabajo, que sólo pudo escucharle en su cabeza.

Había averiguado que los antiguos miembros —algunos arrestados— de Yokohama Tenjiku, incluido Kakucho, habían estado presentes durante la Batalla de las Tres Deidades, formando parte de la que había sido Rokuhara Tandai. Sin embargo, el rastro de todos ellos, y de varios miembros de la Kantō Manji se perdía en cierto punto de la historia.

Como si hubieran sido completamente borrados del mapa.

Si queremos ir del punto A, al punto B, no tenemos por qué detenernos en el camino. Todo lo que no sirve se descarta, es así de simple. Y todo lo que no cuadre, se desecha.

Ah, Wakasa y su habitual y tajante extremismo.

No fue difícil seguir las situaciones. Los hermanos Haitani, antiguos dueños de Roppongi y el Invencible Mikey debían pertenecer en la actualidad a Bonten. Los tres habían estado en contacto en varias disputas entre bandas de motociclistas, y sus rastros también se perdían en el mismo momento.

El asesinato sin resolver de Senju Kawaragi durante la noche antes de la Batalla de las Tres Deidades —caso archivado por falta de pruebas— junto al documento de cambio de apellido de su hermano mayor, demostraba una familia dividida por rencores.

—Tienes razón, Waka, y las peleas familiares son las peores —habló, en la soledad de su coche en la autopista.

Los rastros de Takeomi Akashi y Sanzu Haruchiyo, ambos pertenecientes a bandos opuestos durante aquella pelea que decidió la fundación de Bonten, sirvió como prueba suficiente como para unirlo todo.

Había recibido alguna llamada de sus compañeros de cuartel cuando el helicóptero se precipitó al mar y se hundió, con todos los recuerdos de una vida entre sus hélices. No tenía tiempo para Takeomi, necesitaba sacar a Hanemiya de donde demonios se hubiera metido.

—No hay pruebas materiales para acusarlos de pertenencia al crimen organizado. Además, tampoco pude llegar a Hanemiya cuando desapareció, lo que significa que son extremadamente cuidadosos y, por tanto, tampoco habrá pruebas de comisión de delitos por parte de esos chicos. —Reflexionaba, bajando el volumen de la música mientras hablaba para sí, una costumbre que tenía. —Aún así...

Aún así, Hanemiya podría ser absuelto con mayor facilidad, sobre todo para dejarlo libre de sospecha y quitarle acusaciones de su informe, si tan sólo tuviéramos un testimonio que apoyara las palabras de Kakucho —respondió el Wakasa de su mente, probablemente haciendo un gesto con un bolígrafo entre los dedos —. Sólo haría falta una persona desesperada, incluso si es mentira. ¿O crees que todo es honesto en este trabajo?

Podría aprovechar la situación para arrestar al resto y ponerlos bajo acusación. Aunque no sirviera de nada por las pruebas ausentes, al menos se quedaría satisfecho de haberlo intentado. Satisfecho consigo mismo.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora