33

2.6K 375 1.2K
                                    

Pero, realmente había una pregunta que le había quitado el sueño durante años. Una pregunta que le había hundido en ataques de pánico, que había hecho que se rascara los brazos hasta hacerse sangre, llorar escondido bajo la cama o en el armario.

«¿Por qué me estás pegando? ¿Qué he hecho para que me golpees así?»

Las manos le temblaban, los dedos, cada uno de los huesos de su cuerpo se volvieron blandos y maleables. Su respiración aumentó y llegó a pensar que iba a desmayarse, porque tenía los pensamientos entumecidos en una sola cosa. En una sola persona.

El velo oscuro que había caído por sus ojos titilaba de miedo. Podía sentirlo. El familiar y aterrador miedo que lo había acompañado desde siempre, pero aquella vez él no sería la víctima. Entonces, ¿de qué estaba asustado? Estuvo a punto de agarrarse a la manga de la chaqueta de Kakucho, respirando con pesadez, el ambiente pesando a su alrededor.

«Ya te he dicho que no eras mi hijo. Nunca lo has sido, Kazutora. Deberías de haberte matado cuando tuviste oportunidad»

Tenía miedo de sí mismo, pero se armó de valor para forzar la cerradura, patear la puerta y resistir el sonido del pomo empotrándose contra la pared. Desde niño, Kazutora siempre había fantaseado con matar a su padre. Incluso sus compañeros de Bonten lo habían empujado a tomar la decisión de asesinar a quien le había arruinado la vida.

Y es que, de algún modo, fue el hombre que le crió quien lo volvió un manojo de problemas mentales.

Sanzu lo había hecho con los tipos que abusaron de él y le marcaron el rostro en un pasado. El primer asesinato de Ran Haitani fue el de sus propios padres, al prenderle fuego a su antigua casa y huir con su hermano pequeño. Era su turno.

—Kakucho. —Llamó, mientras llenaban su mochila con medicamentos del baño de la planta baja de la que había sido, alguna vez, su casa. Su tono de voz sonó monótono, como un fino hilo que pendía de su boca, una tela de araña cerrando su garganta.

—¿Si? —El susodicho lo miró, atento a cualquier posible sonido que proviniera del piso de arriba. Pudo apreciar que los dedos del menor temblaban con una caja de analgésicos. —¿Estás bien?

Habían tardado cerca de una hora en llegar hasta el barrio donde vivió su infancia. Sus piernas dolían, sus pies se sentían enormemente cansados y no podía deshacerse de la sensación de que estaban siendo perseguidos. Pero todo eso era paranoia, Kazutora no dejaba de moverse con inquietud, un tic nervioso, un gesto desproporcionado. La falta de drogas lo estaba consumiendo.

Sabía que su padre estaba durmiendo en el piso de arriba. Llevaba tapones en los oídos, siempre los llevaba.

—¿Recuerdas eso que salió en las noticias de hace unos meses? —Se atrevió a decir, bajando la vista a la pequeña caja. Arrodillado en el suelo de baldosas, la dejó dentro de la mochila y jugueteó con un rollo de vendas. —Cuando una mujer se suicidó ahogándose en el mar con su hijo.

—Creo que escuché algo de eso, sí, a principios de otoño. —El hombre frunció el ceño, con una nota de titubeo en la punta de la lengua. No tenía ni idea de a qué venía aquello. —¿Por qué lo mencionas ahora?

Kazutora se encogió de hombros, apretando los labios. El tintineo del cascabel llenó la estancia con un sonido dulce y tortuoso, como si fuera miel cayendo por un precipicio, lento y empalagoso.

—Fui yo. —Acabó por confesar, junto a un leve suspiro de hastío. —Era la nueva esposa de mi padre y su hijo. —Un gesto desinteresado, agarró otra caja y miró el dorso. Pastillas para la tos, no, eso no le servía. Lo tiró a un lado con desprecio, sintiendo cómo el silencio llenaba el aire de incomodidad. —Mandé una carta anónima y le hice creer que mi padre le había sido infiel. Yo la llevé a eso.

Treasure || KazuFuyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora