Capítulo 17

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El ruido de los balones estampándose contra la pista cada vez que alguno de sus compañeros remataba era reconfortante. Sentado en el suelo del gimnasio, Keiji sólo podía pensar en que quería poder practicar con ellos pero Keiko le había prohibido cualquier tipo de actividad intensa.

–¡Hey! ¡Hey! ¡Hey! –gritó Koutarou haciendo que su voz resonara en todo el gimnasio–. ¿Lo has visto, Akaashi? ¿A qué ha sido genial?

–Lo he visto, Bokuto-san. El pase de Konoha era perfecto.

Keiji hubiese podido pasar toda la eternidad viendo cómo Bokuto-san remataba el balón contra el otro lado de la red y no hubiese necesitado nada más. La alegría de poder tocar el balón lo hacía resplandecer. Era injusto tener envidia de Konoha, pero la necesidad de tocar el balón se había convertido en un cosquilleo debajo de la piel que no cesaba. Keiji no pudo evitar preguntarse si para Bokuto-san la sensación debía ser parecida cada vez que no podía tener el balón entre sus dedos.

–Pero no tanto como los tuyos.

–Oye, Búho idiota, ¿algo que decir de mis pases? –Konoha le lanzó la pelota contra el pecho.

Keiji no pudo evitar reír. Tras su visita al zoo, Konoha, Sarukui y Komi habían decidido rebautizar a Bokuto-san como Búho. De eso ya hacía casi una semana, y aún tenía que oírlos llamarlo de otra manera. Al menos no tendría mucho de lo que preocuparse durante los clasificatorios para el Interescolar. Konoha tenía claro cómo mantener a Bokuto-san a raya y aunque el equipo había empezado a hacerse a la idea de que Akaashi no iba a poder jugar, los ánimos en el vestuario parecían estar por las nubes. Al menos, su ausencia significaba que Sarukui-san iba a tener una oportunidad de demostrar de lo que era capaz.


Poco a poco, las cosas iban volviendo a una cierta normalidad. A veces, el recuerdo de lo que había pasado en aquel parking aún lo asaltaba y lo dejaba paralizado pero Bokuto-san había aprendido pronto a no pillarlo por sorpresa. Keiji no acababa de creerse la diferencia que suponía tener a tanta gente a su alrededor que lo quería y lo apoyaba. No era la primera vez que Keiji se quedaba dormido con la voz de Bokuto-san al otro lado del teléfono o que el grupo de LINE que tenían los compañeros del equipo conseguía arrancarle una sonrisa cuando caía en alguno de sus círculos viciosos.

En el instituto, la gente parecía haber perdido cualquier tipo de interés en la expulsión de Hanabayashi. Tras las barbaridades que habían llegado a circular por los pasillos los dos días que Keiji había faltado a clase, su vuelta tenía que haberles resultado un tanto decepcionante. Lo más seguro es que esperaran ver alguna secuela de la paliza, el ojo amoratado o el labio partido. La peor parte se la habían llevado su torso y sus caderas pero era fácil esconder los moratones bajo el uniforme. Al mirarse al espejo, Keiji todavía parecía un mapa, con los cardenales dibujando formas extrañas ahora que ya empezaban a tener un tono entre violáceo y un amarillo verdoso enfermizo.

Como todas las mañanas después de los entrenamientos, Keiji los acompañó hasta los vestuarios y esperó a que Bokuto-san terminara de cambiarse para ir juntos hasta el edificio principal. Sentado en el banco, con la mochila entre sus piernas, no podía dejar de mirar a su novio. Estaba seguro que Dios había puesto a Bokuto-san en el mundo para torturarlo. Esos hombros tenían que ser ilegales. Keiji estaba convencido de que alguien lo había tenido que arrancar directamente de uno de sus libros de historia del arte.

–¿Podéis dejarlo para cuando estéis solos? –gimió Konoha.

–No estamos haciendo nada –Keiji contestó impávido sin apartar la mirada de los muslos de su novio.

–¡Te lo veo en la cara!

–¡Ahora me creeréis cuando os digo que el peligro es él! Os creeis que es un santo, pero no dejéis que os engañe –Bokuto-san se quejó atándose la toalla a la cintura y huyó escondiéndose en una de las duchas.

First LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora