𝑪𝒂𝒑𝒊𝒕𝒐𝒍𝒐 𝟏𝟗

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Una vez más, Agatha remojo el pedazo de la tela de su falda que había roto para colocarlo sobre la frente de su novio

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Una vez más, Agatha remojo el pedazo de la tela de su falda que había roto para colocarlo sobre la frente de su novio. Giánni le había reprochado lo que hizo, pero el dolor de cuerpo y los escalofríos no le permitieron decir mucho.

—Necesitamos algún medicamento, la fiebre no te ha bajado. —Agatha comenzó a pensar a donde ir, ella gastaría hasta el último centavo que tuviera solo para que él estuviera sano.

—Ya pasará, hierba mala nunca muere... —trato de reír, pero no pudo, se removió del frío suelo y tomó la mano de su amada. —No salgas, ya es de noche y es peligroso.

—¿Y pretendes que te deje con la temperatura tan alta? —cuestionó

—¿Pretendes que yo arriesgue al amor de mi vida por una temperatura? —respondió preguntando.

Después de varios minutos de reclamos hechos preguntas, Agatha convenció a Giánni de que iría en busca de una farmacia. De no encontrarla en 5 minutos, ella regresaría sin más. Un trato que parecía justo en aquellas circunstancias. Ella se colocó una manta sobre los hombros y cubrió su cabeza, tomó dinero suficiente y miró con una leve sonrisa a aquel chico algo temeroso.

—Prometo no tardar, no te vayas eh.

—5 minutos, Agatha. No más, no menos. —dijo seguro que ella cumpliría su promesa.

Ella cuidó que nadie la viera salir del edificio abandonado, o al menos eso creía. Se fue confiada de que su escondite con Giánni se mantendría secreto y nadie amenazaría con quitarles la poca paz que aún poseían. ¿Qué tan cruel debe ser una persona para arruinar todo con una simple llamada al número de emergencia Nazi?

Tras caminar entre las calles y rezando en voz baja, Agatha encontró una farmacia pequeña. Algo escondida entre grandes tiendas, pero farmacia. Retiró la manta que cubría su cabello, lo peinó un poco y como si nada entró. Su simple caminar demostraba seguridad y porte, seguía siendo la mujer elegante como la que algún día la catalogaron; muchos dirían que cuando entraba a un lugar se ganaba la atención de todos, cosa que esa misma noche se comprobó. Todos los presentes, que eran bastantes, dirigieron sus miradas a la mujer de tacones bajos que entraba y miraba medicamentos buscando a lo que iba.

Encontró el medicamento y sonrió, sabiendo que el malestar de Giánni desaparecería. Iba a caminar directo a la caja, pero algo le robo la atención: una pequeña niña, judía, suplicando la dejaran comprar un medicamento para su madre. Y el alma de Agatha se rompió pues la sociedad realmente estaba rota.

—Raus hier!1 — Gritó el dueño de la tienda. —Te dije que no.

Agatha se acercó justo cuando aquel hombre se dispuso a alzar la mano haciendo un ademan dando a entender que golpearía a la niña.

—No se atreva a tocarla. —advirtió. El mismo sentimiento que tuvo aquel día en la escuela cuando escuchó hablar a los directivos de los judíos se hizo presente. Un ardor en el pecho que haría que gritara todo.

||Refugiados|| [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora