6. Sospechoso de spam

198 22 5
                                    


—¿Me está atendiendo, Parker? —pregunta una voz, sacándome de mis pensamientos.

Levanto la mirada y me encuentro con la de mi profesor de contabilidad. La resaca me impide pensar con claridad, así que me limito a asentir.

Ayer, tras volver de aquel espantoso bar, mi mejor amigo se quejó de que no había podido beber, así que me suplicó que me quedase en su casa a cenar y, por ende, a beber alguna copa. Todo empezó con la cerveza junto a la pizza, sin embargo, terminó con tres cubatas de más, con Aaron tocando el ukelele semidesnudo en la piscina y conmigo casi enviándole un mensaje a aquella chica de la seductora melena marrón.

—¿Parker? —pregunta reiteradamente, pero en este caso eleva más la voz.

—Te estoy escuchando.

—No lo parece.

—Tenemos percepciones distintas, supongo —me encojo de hombros.

Le sostengo la mirada al profesor durante unos segundos, pero finalmente, el ensordecedor pitido que nace en mi mente me impide continuar con aquella batalla.

—¿Puedo ir al baño?

—No estamos en primaria, Parker. Coge la puerta y sal.

—Mire... —comienzo a hablar dubitativo, pero decido seguir —. No sé dónde se ha doctorado, pero tengo claro que te falta un grado de educación. Háztelo mirar anda —farfullo.

—¿Te estás convirtiendo en Aaron? —susurra Jayden a mi lado, divertido ante la situación.

—¿Me estás insultando? —pregunto con una sonrisa burlona.

—Es un halago.

—¡Pero, Parker! —exclama el profesor.

—Que tenga una buena mañana, buen hombre —me despido con una falsa sonrisa y salgo del aula.

Mierda.

Me maldigo instantáneamente tras cruzar el umbral de la puerta, porque esa persona a la que acabo de llamar maleducada, también es quién me pone las notas. Así que saco el móvil rápidamente y me dispongo a mandarle un correo, pero antes de poder teclear cualquier cosa mi móvil cae abruptamente al suelo.

—Disculpa —se excusa la persona con la que me acabo de chocar.

—Tú —respondo con una enorme sonrisa.

—Alexander —saluda antes de rascarse la nuca —, no te había visto. Perdón.

Se disculpa y se agacha a recogerme el móvil. «Como nuevo», dice antes de devolvérmelo.

—¿A dónde vas? —inquiero, curioso.

—Aaron —responde rápidamente —. Es decir, he quedado con Aaron, vamos a desayunar porque el profesor ha faltado.

—No tenéis el mismo profesor.

—No, claro que no —sonríe visiblemente incómodo —. Ha faltado el suyo y el mío.

—Pues, que aproveche el desayuno —me despido.

Doy por terminada la conversación y me aparto de la pelusa nerviosa con la que acabo de hablar, alias Mark. Vuelvo a centrar mi atención en el teléfono, pues aún tengo un correo que escribir.

Teclo rápidamente una disculpa al profesor, aludiendo a mi mal estar general y mi gran arrepentimiento, «falso, he de mencionar», frente a mi actitud. Se lo envío con una enorme sonrisa en el rostro, orgulloso de mí mismo y de mi patética madurez. Antes de bloquear el teléfono, decido meterme en los contactos y buscar el nuevo número que hace acto de presencia en la lista. Me planteo internamente el sí mandarle un mensaje, pero mi conciencia me grita internamente que no lo haga, así que le hago caso y bloqueo el móvil.

Donde pueda verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora