10. Ojos heterocromáticos

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Tras dar algunas vueltas al local, Riley me suelta la mano para alejarse y observar por sí sola. No puedo evitar fijarme en ella durante algunos minutos, pues me preocupa que la lacra de antes vuelva a acercarse a ella. Dejo que deambule sola y centro mi atención en la mesa donde he dejado a mi mejor amigo y a aquella chica que aún no sabría definir.

Aaron mantiene fija una sonrisa ladina, mientras Addy juguetea con su anillo del árbol de la vida. Mi atención se la lleva rápidamente la morena, debido a que inconscientemente me siento atrapado por esa sonrisa tan pura que esboza, y observo con vehemencia como se le achinan los ojos ante tal acto. Se pasa una mano por el pelo, haciendo que las rebeldes hebras marrones se le acomoden con la melena, pero para mi gran desdicha, toda admiración se disipa cuando una joven de pelo blanquecino se posiciona frente a mí, con las manos en la cadera y con el cejo fruncido.

—Vamos, creo que tengo algo.

La miro aturdido durante algunos segundos, pero finalmente esbozo una gran sonrisa antes de asentir.

—Vamos, dominatrix—murmuro más para mí que para ella.

—¿Qué has dicho?

—Nada.

—¿Qué puñetas es, dominatrix?— cuestiona con el ceño fruncido.

—Lenguas latinas, pequeña minion.

—Vale.

Responde mientras se encoge de hombros para restarle importancia, aunque en el fondo sé que la duda la está matando. No puedo evitar mantener mi gran sonrisa, cosa que la enfurece más todavía. Decido pasarle el brazo por los hombros para atraerla hacía mí. Me rodea la cintura con una sola mano y sonríe sobre mi pecho.

—Qué bonita eres, dominatrix —añado pasándole las manos por su blanquecino pelo, haciendo que este se revuelva hacia todos los lados.

—Vete a la mierda, Parker.

Se aleja rápidamente de mí, sacándome el dedo corazón. Mira sobre mi hombro y carraspea dramáticamente para camuflar sus palabras.

—Coronel a las doce. Repito, coronel a las doce.

—Recibido, duci.

—Usa tus palabras latinas cuando estés ante algún romano, no las malgastes conmigo.

—Estoy ante una diosa griega —agrego y ella esboza una gran sonrisa.

—Mirad—dice una tercera voz, interrumpiendo nuestra conversación.

Aaron llega con Addy, y ambos miran disimuladamente hacia la puerta principal, así que sigo su mirada.

En la cima de los escalones de la entrada hay cinco hombres. Dos hombres de negro situados al fondo de los otros tres. Mantienen una postura que emana seguridad y respeto. Delante de todos está hablando un joven con el pelo tan blanquecino como el de Riley, aunque esté a metros de distancia no puedo evitar fijarme en sus ojos, pues estos le brillan con euforia mientras habla.

—¿Será nuestro hombre? —pregunto.

—No sé —comenta Riley —, pero ese chico me da mucho miedo.

—¿Miedo? —cuestiona Addy.

—Se parece a mí.

—Venga ya, Riley —bufo —, solo tenéis el pelo igual.

—Perdona que te diga, pero tenemos los mismos ojos.

—Está a tres metros.

—Tengo buena vista, ¿vale?

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