26. Se cierra el telón

24 1 0
                                    


Nos levantamos cuando el dolor que le abarcaba en el pecho le impidió derramar más lágrimas. Se incorporó lentamente, despegándose de mí y propiciándome una de las peores miradas que me habían echado en mucho tiempo.

Comenzamos a andar hacia el coche sin decir ninguna palabra, pues sobraban en ese instante. Ambos sabíamos que la había cagado, pero lo hecho, hecho estaba.

Me arrepentía de haberlo soltado así, y de un cierto modo u otro me dolía el haberla herido, pero, ¿qué sentido tenía lamentarse?

Sentirme mal no iba a borrar los minutos pasados, las palabras dichas y las lágrimas brotadas, solo iban a hincar más el diente, afilar más el cuchillo y remover la flecha que se hallaba en su corazón.

Conduje durante unas dos horas, durante las cuales mi única compañía fue el silencio, pues Adeline se acurrucó sobre el asiento, y se obligó a dormir. Le ofrecí la chaqueta de mi traje sin gesticular ninguna palabra, pero la rechazó al propiciarme un manotazo. Bufé como respuesta y volví a concentrarme en la carretera, pero cuando su molesta respiración comenzó a hacer eco en la estancia, indicándome que se había dormido, cogí la chaqueta y se la tiré por encima.

Mi estómago comenzó a rugir pasadas las cinco de la tarde, por lo que paré en una gasolinera y bajé a comprar comida. Di varias vuelta y finalmente salí con dos bolsas cargadas.

Al volver al coche Adeline seguía durmiendo, por lo que no me molesté en hablarle. Abrí el envoltorio de los sándwiches que había comprado y me los comí. El hambre no se sació, por lo que terminé comiendo un paquete de galletas antes de arrancar y volver a incorporarme en la carretera.

Las palabras de Adeline me habían molestado. Entendía el hecho de que estuviese cansada, porque, al fin y al cabo, yo también lo estaba. Comenzaba a repudiar el coche, los hoteles de una sola noche y el ir y venir, buscando información inservible.

No podía contar con la ayuda de mi padre, quien sé que podría conseguir en un segundo el paradero de mi mejor amigo. Tampoco podía involucrar a Dylan más de lo que ya estaba, y mucho menos podía confiar en Kylan, quien era el primer sospechoso en la desaparición de Alexander, pero ¿por qué?, ¿qué razones tenía?

Entendía que era un golpe directo hacia mí, pero ¿era necesario esmerarse tanto en algo sólo para herirme?

Quería buscar al culpable y hacerle pagar por arrebatarme a la única persona que de verdad me importaba en ese maldito mundo. Quería tenerla de frente y hacerle sufrir tal y como he sufrido yo tras despertar de la inconsciencia a la que me sometió mi propio padre. Quería enterrarle una daga en el pecho y otra en la garganta, para que su dolor fuese similar al que sentí yo cuando me dijeron que habían enterrado a mi mejor amigo.

Quería hacerle suplicar, pedir clemencia y arrodillarse frente a mí pidiendo piedad, tal y como hice yo aquella noche en la que mi mejor amigo se enteró de mi traición y corrió, encerrándose en la jaula que le habían preparado sus opresores.

«No puedes hacerte eso a ti mismo», me susurró mi alter ego.

Negué con la cabeza intentando apartar esa voz, aquella voz que llevaba días, meses o años, yo qué sé, perturbándome e intentando devolverme a la realidad.

Me negaba a escucharla, pues eso implicaría aceptar mi destino, mi final y, por ende, el final de su historia, de «nuestra historia»

Una sonrisa burlona me surcó el rostro al recordar aquella conversación que tuvimos tiempo atrás.

—El protagonista soy yo—intervino en la conversación que estaba manteniendo con Adeline, rompiendo con el ambiente que habíamos creado.

—Serías el protagonista bueno—dije yo mientras le acusaba con la mano—, y en esta historia ese tipo de personajes no tienen cabida.

Donde pueda verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora