15. El final del principio

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No pude evitar venir a primera hora de la mañana a exigir respuestas.

—¿Quieres desayunar algo? —me pregunta mi mejor amigo mientras remueve la cuchara en su cola cao.

—No, gracias.

—Puedes decirme lo que quieras. Lo sabes, ¿verdad? —añade, serio.

—Sí —asiento no muy convencido.

—Dime, rubia.

—¿Qué me estás ocultando? —suelto sin más, obteniendo como respuesta una rápida mirada por parte de mi amigo.

—¿Qué te estoy ocultado? —reitera.

—Sí —vuelvo a asentir, notando como mis manos empiezan a sudar y como mis rodillas bajan y suben inconscientemente.

—Nada —me asegura antes de volver a centrarse en su taza.

—Aaron...

—¿Por qué estás dudando? ¿Qué has descubierto?

—Entonces, ¿sí que hay algo oculto? —digo sintiendo como mi cuerpo pierde toda su fuerza tras su media confesión.

—Es lo que me estás dando a entender.

—Dímelo.

—¿Qué quieres que te diga? —pregunta, cansado, antes de dejar la taza sobre la mesilla del salón.

—Cuéntame la verdad. Desde el principio.

—Ya la sabes.

—¡Bien! —exclamo cansado y me levanto del sillón —. Pues explícame a quién llamaste aquel día antes de echar a Addy.

—¿Con quién hablaba? —suelta un bufido.

—Me ha dicho que la echaste porque la pillaste espiándote, no porque estuviese rebuscando en tus cajones.

—¿No te parece más justificada mi actitud en ese caso?

—Si es verdad, ¿por qué no me lo dijiste desde un principio?

—Porque estabas ilusionado con ella —asegura pasándose las manos por el pelo —, no quería quitarte la ilusión.

—¿Pero sí mentirme?

—A veces una mentira evita el daño.

—¿Con quién hablabas?

—No seas tóxica, rubia.

—¡Métete tu sarcasmo por el culo! —gritó más eufórico.

—¡¿Quieres saber con quién hablaba?! —me devuelve el grito y se levanta para enfrentarme —. ¡Estaba intentado liberarnos de este embrollo!

—¡Liberarte! —le recuerdo.

—Tú accediste a ayudarme, no me lo deberías echar en cara cada dos por tres —es él quién me lo recuerda esta vez, apenado.

—Entiende que no puedo ayudarte si no me cuentas la verdad.

—Dame dos días.

—¿Qué? —pregunto frunciendo el ceño.

—El tema del maletín termina en dos días. Dame estos días y luego serás libre, ¿recuerdas? Luego seré yo quien se encargue de todo y podré contártelo.

—¿Me lo juras?

—Te lo juro por nuestra amistad —me asegura con una leve sonrisa, y aunque a mí también me gustaría esbozar una, me limito a salir de su casa sin decir nada más.

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