22. Fotografías

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Conduje unas cuatro horas hasta llegar a Fresno, por lo que cuando la pequeña y simple ciudad comenzó a aparecer frente a nosotros el reloj marcaba las cinco de la mañana.

Adeline seguía durmiendo a mi lado, o por lo menos fingía hacerlo, y yo no me quejé, porque echaba de menos el sosiego que me proporcionaba el silencio, mi coche y la música.

Cuando estuvimos cerca de la residencia en la que residía decidí parar el coche e ir andando, pues me conocía una entrada secreta. Yo la denominaba como secreta, aunque todos los residentes la conocían. Era un agujero en la pared de la muralla que rodeaba la comunidad, frente a la última casa.

Al parar el coche me fijé en la chica que reposaba en el asiento de al lado.

—Mierda—maldije al darme cuenta de que no había trato lo de su falta.

Desconecté la música y desactivé el modo avión, múltiples mensajes me comenzaron a llegar, pero no miré ni uno. Me metí en el chat de Dylan y le pedí que se encargara de ello.

Guardé el teléfono y la foto que tenía de fondo de bloqueo me hizo paralizarme unos instantes. En la foto, Alexander y yo salíamos sentados en una pequeña piscina. Recordaba ese día a la perfección, porque fue uno de los primeros días que pasamos totalmente juntos. Mis padres se fueron de vacaciones por su aniversario, y en tal acontecimiento no había cabida para un niño de cinco años, por lo que decidieron dejarme con los Parker.

Los padres de Alexander me recibieron con una sonrisa y con los brazos abiertos, sin embargo, el pequeño niño rubio me miró con el ceño fruncido y con los brazos entrelazados sobre el torso, cosa que me hizo mucha gracia.

—Hola, Alexander—saludé y él se escondió tras la espalda de su padre.

Pasé el día con ellos y fue uno de los mejores días de mi vida. Él cogió más confianza y por fin se dispuso a hablarme, y cuando lo hizo, ya no pudo parar de hablar.

El día terminó con nosotros en la piscina, desnudos y con una enorme sonrisa, acto que dio lugar a la foto que veía todos los días al encender el móvil.

Bloqueé el teléfono malhumorado y el ligero ronquido de Adeline me hizo volver a la realidad.

Seguía tapada con mi chaqueta, la coleta había perdido su fuerza y sus ojos se mantenían delicadamente cerrados.

—Aprende a respirar—la desperté, dándole un manotazo.

Se incorporó de golpe, haciendo que la chaqueta caiga. Sus ojos se abrieron de forma drástica y su boca estaba ligeramente entreabierta. Me buscó con la mirada y al atisbar la gracia que me la decoraba frunció el cejo.

—Que delicado—murmuró.

—Estamos en Fresno—indiqué y eso pareció ser suficiente como para hacerla despertar.

—¿Esa no es tú asquerosamente rica residencia? —preguntó mirando hacia el frente.

—La misma.

—Y, ¿por qué estamos parados aquí como unos ladrones?

—Porque vamos a colarnos—me encogí de hombros.

—Tienes llave—me recordó, incrédula.

—Lo sé.

Me miró con incomprensión y eso solo me causó más diversión.

—Bien—se limitó a asentir tras bufar, dándose por vencida. 

Bajamos del coche y le indiqué el camino por detrás de la muralla. La rodeamos y cuando identifiqué el agujero paré.

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