23. Psyche

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—¿Has conseguido ayudarme con lo de la falta? —murmuró Adeline sobre las ocho de la mañana.

No contesté.

—¿Aaron?

—Sí—gruñí.

Soltó un bufido antes de volver a mirar por la ventanilla del coche.

Tras el extraño momento de la escalera todo se volvió un tanto incómodo entre nosotros. Ella no paraba de echarme unas rápidas miradas, las cuales pretendían ser discretas, y yo estaba enfadado. No sé la razón, pero lo estaba.

Imagine Dragons comenzó a sonar en el coche, acoplando nuestro silencio a un segundo plano.

Nos levantamos del borde de la escalera tras unos cinco minutos, en los que mi cabeza seguía sobre el hueco de su cuello y mandíbula, y su mano acariciaba mis hebras castañas. Fui el primero en levantarse, carraspeé y le dije que se nos estaba haciendo tarde.

Al llegar al coche busqué la dirección del papel y nos sorprendió el hecho de que estuviese a seis horas en coche. Adeline no rechistó, sino que se limitó a asentir y aquello me fue suficiente para arrancar el coche y partir de Fresno.

Volví a dejar mi ciudad, mis recuerdos y mi pasado, aunque irónicamente, también estaba en busca de ellos.

Imagine Dragons terminó cuando murió el último acorde de Believer, dejó paso a Dermot Kennedy con Giants, pasó Lord Huron, Avicii, y 5 Seconds Of Summer para terminar finalmente con Zayn y Michael Schulte.

—Mis muertos—susurré mientras me intentaba acomodar en el asiento, cosa ligeramente imposible, pues tras tres horas de viaje nuestros cuerpos requerían descansar.

Adeline no contestó. Es más, ni si quiera me miró. Me atrevería a decir que la vi fruncir ligeramente el cejo y hacer una mueca, por lo que me imaginé que estaría absorta en sus pensamientos.

Su estómago rugió y por alguna razón, me hizo gracia.

—Creo que tienes hambre—me burlé con una sonrisa y busqué su mirada.

—No—contestó sin mirarme.

—Bien—me encogí de hombros, porque no iba a ir detrás de ella.

Apagué la música, ya que comenzaba a enervarme más de lo que me tranquilizaba y eso me molestó aún más, pues siempre había sido mi destello en el tormento, pero en ese momento, mi destello se encontraba mirando por la ventana.

La miré, abrí la boca para cagarme en ella, pero la volví a cerrar. Jugueteé con los dedos sobre el volante intentando encontrar las palabras perfectas.

—Me tienes hasta la polla—solté.

—No he hecho ni dicho nada—balbuceó.

—Ese es el problema—afirmé y es entonces cuando se dignó a mirarme.

—Creía que no te gustaba que hablasen en el coche.

—Y no me gusta—apoyé—, pero me incomoda que estés callada.

—Bien—suspiró drásticamente.

—¿Sabes qué? —bufé—, cállate.

—No te entiendes ni tú mismo.

Le saqué el dedo como respuesta y volví a posar la mirada al frente. El amanecer ya había hecho acto de presencia, y, por ende, los componentes de la sociedad también habían salido de sus madrigueras. Abundantes coches rondaban las atestadas autopistas del estado.

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