5. El árbol de la vida

329 21 63
                                    


Tras volver a casa, lo único que he hecho ha sido meterme en la cama y ver la televisión. Una extraña pereza se ha apoderado de mi ser y me impide hacer cualquier cosa útil. Sin embargo, me veo obligado a levantarme, pues he quedado con Aaron,

Retiro la manta que me arropa y me dirijo al baño. Me ducho, me peino y vuelvo a la habitación. Opto por un pantalón corto deportivo de color gris y una camiseta ancha y blanca. Me peino el cabello con las manos y bajo las escaleras.

Antes de salir por la puerta principal decido dar una vuelta por la planta inferior, esperando así, encontrarme con aquel individuo al que llamo padre. Sin embargo, la casa está vacía.

Una parte de mí siente un ápice de decepción, ya que esperaba verle, pues su repentino interés en mí ha despertado un sentimiento extraño, el cual había sido enterrado años atrás.

Finalmente, cojo mi orgullo de vuelta y salgo por la puerta principal.

La ruta para ir a donde pueda verte me parece increíble, no por lo bonita que es, sino por todo aquello que me transmite. Me permite disfrutar de la soledad y al mismo tiempo de la compañía de mi mejor amigo. Me da paz, seguridad y me proporciona un extraño sentimiento a hogar, pues dicha colina nos ha visto crecer, cagarla, reír, disfrutar y llorar.

Se podría decir que donde pueda verte es nuestro pilar y nuestro sitio. Aunque al mismo tiempo nosotros somos el suyo, porque decoramos la simple colina con nuestras historias, anécdotas y simplemente con nuestra presencia.

Al llegar no veo el coche de Aaron, cosa que me sorprende, porque siempre asegura que una de sus cualidades es la puntualidad, y, por ende, le pone nervioso la gente que llega tarde. Una sonrisa estúpida se me escapa al recordar sus manías, pero la borro rápidamente y bajo del coche. Subo la pequeña inclinación y me siento en la cima.

Pasan quince minutos, en los que mi única compañía es el viento y el olor a campo, hasta que un todoterreno negro hace acto de presencia y aparca detrás de mi coche. Finalmente, un chico lleno de tatuajes baja del mismo. Baja con el ceño fruncido mientras se arregla la manga de la camisa blanca que lleva.

—Rubia —me saluda con una enorme sonrisa tras arribar a mi lado.

—Llegas casi media hora tarde —le recuerdo —. No mereces un saludo.

—Te lo recompensaré, ¿vale?

—¿Cómo? —pregunto burlón.

—Se me ocurren muchas formas —asegura mientras levanta y baja las cejas repetidamente —. Pero para ello, tendrías que cambiarte de apellido a Turner.

—¿Y dejar el Parker? —pregunto con una falsa ofensa y él asiente —. No, gracias.

—¿Acabas de rechazar mi propuesta de matrimonio?

—No se me da bien pillar las indirectas.

—Lo sé —asegura —. Tras tantos años de amistad he deducido que tu coeficiente intelectual es bastante bajo.

—Eres imbécil.

—Bueno — se encoge de hombros —, es más fácil responder a un insulto que a un halago, como dijo Os...

—Me tienes harto—le interrumpo y entorno los ojos de forma dramática.

—¿Qué dices?, si te encanto, rubia —añade seguro antes de sentarse a mi lado.

Pasamos unos segundos en silencio, en los que él parece estar pensando como empezar a hablar, así que decido empezar yo.

—¿Qué te han dicho?

Donde pueda verteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora