Los constantes golpes en la puerta de acero me obligan a abrir los ojos, cansado y hasta la polla de toda esta situación. La jaqueca me juega una mala pasada cuando vuelvo a la realidad y la ansiedad me abruma de tal forma que lo único que quiero hacer es salir corriendo, pero claro está que no puedo, pues si pudiese lo hubiese hecho tres años atrás. La habitación está constantemente monitoreada mediante las cuatro cámaras de seguridad y la doble puerta de acero me impide ver más allá de la pequeña ventana que se encuentra en la misma.
Al abrir los ojos la fuerte y blanquecina luz impacta rápidamente en mí, haciéndome cerrar los ojos y maldecir. Me llevo una mano a la cabeza, pero el pitido constante y el dolor no cesa.
Suspiro al saber que he vuelto a la realidad y que ahora me costaría aún más recuperar el relato que se estaba narrando en mi cabeza.
Los golpes cesan al ver que no tengo intención de dejar pasar a nadie, pero no me sorprende cuando deciden abrir la puerta.
Un hombre alto y perfectamente pulcro entra sujetando un maletín, y junto a él entra otro, vestido con una bata blanca y lleva consigo un montón de papeles. El primero me saluda, pero al no obtener ninguna respuesta decide sentarse sobre mi cama, acción que imita el otro.
Yo sigo sentado sobre el suelo, por lo que intento girarme para que no vean mi estado.
—Soy el abogado de la familia Turner, el señor Devis—se presenta nuevamente el trajeado—, y este es el psiquiatra Anderson—señala al de al lado.
No les hago caso. Me sé sus nombres, sus razones para estar aquí y lo que piensan de mí. Aparecen todos los días atravesando la maldita puerta que me impide la libertad, se sientan y se presentan, esperando algún avance por mi parte, pero no lo he demostrado en tres años y ahora tampoco lo voy a demostrar.
Cierro los ojos con fuerza, intentando volver a mi realidad deseada, aquella en la que no soy culpable ni estoy encerrado.
—Aaron—me llama el imbécil de la bata—, llevamos tres años analizando su comportamiento, el cual he de mencionar que ha sido nefasto. No ha colaborado ni a dado ninguna declaración más allá de que «Alexander no se lo merecía»—pronuncia las palabras que dije en los primeros días—. No me consta a mí decírselo, pero la fiscalía está harta de esperar.
El abogado asiente, y el otro le deja el turno de palabra.
—Los Parker han pedido por décima vez que se te juzgue ya, y esta vez la fiscalía les ha dado el visto bueno.
Dicha declaración hace que levante rápidamente la cabeza y me concentre en él. Frunzo el ceño y me maldigo internamente. Lyam me prometió protección y ahora solo me está llevando al suicidio.
—Llevamos tres años detrás de ti—continua—, analizando cada detalle y finalmente he de decirte que los psicólogos y psiquiatras de este centro ya tienen tu diagnostico terminado, estudiado y corregido. El juez informó de su declaración hace dos meses, y es en dicho tiempo en el que empezaron a redactar tu historial médico.
No voy a mentir, sus estúpidas palabras me provocan un abrumador escalofrío que me recorre toda la espina dorsal y que me pone la piel de gallina. Miro con asco al abogado, echándole en cara silenciosamente el cómo me ha podido hacer esto.
El imbécil de Devis es uno de los mejores abogados del estado, por lo que mi padre no dudó ni un segundo al contratarlo como abogado de la familia. Recuerdo que siempre venía a casa cuando era un crío, me saludaba removiéndome el cabello y me daba una piruleta en forma de corazón, la cual yo aceptaba encantado.
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Donde pueda verte
Gizem / Gerilim«Los amigos de verdad te traicionan de frente» le dijo una vez el chico de ojos verdes grisáceos al de los azules apagados antes del hecho que cambiará su vida y se llevará a uno de ellos. Nadie sabe qué le pasó, o puede que alguien sí lo sepa, pero...