29. El final del final

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Sigo dando vueltas en la cama mientras los pensamientos me siguen aturdiendo. Tengo clara mi declaración y mi posición en el juicio que ha de llevarse en unas horas, sin embargo, eso no quita el hecho de que no esté preocupado.

Maldigo antes de levantarme del incómodo colchón y pasar al baño propio que tengo en la habitación. Me lavo la cara para intentar despejarme y me miro en el deteriorado espejo.

La barba de unos meses me pica, las marcadas ojeras opacan el atractivo de mis ojos y mi mandíbula ha desaparecido en medio de tantos años llenos de dolor. Ya no queda nada de aquel chico al que engatusaron para poder acercarse a su mejor amigo, ya no queda nada del hijo al que golpeó su padre y mucho menos queda nada de aquel que fue amigo de Kai.

Salgo de la habitación con un sabor amargo al recordar a Kai, a mi padre y al señor Parker, porque algún modo u otro, todos estos fueron mis, «y sus», carceleros.

Vuelvo a la habitación y me siento en la esquina en la que suelo pasar todos mis días, pero esta vez, no para soñar historias paralelas, mundos alternos y aquel «ojalá» que jamás viviré, sino para esperar.

Las horas pasan y el amanecer me da la bienvenida cuando un hombre de seguridad entra en mi alcoba. Me busca con la mirada y finalmente me encuentra arropado con mis manos sobre el suelo.

Niega antes de tirarme la bolsa de ropa que lleva encima.

—Maldito loco—añade antes de volver a cerrar la puerta de un portazo.

Hago una mueca tras dicho comportamiento, pues se supone que trata con personas inestables mentalmente, sin embargo, las cuestiona y las etiqueta de forma despectiva.

Me levanto malhumorado a coger la maldita bolsa y paso nuevamente al cuarto de baño. Enciendo la ducha y pongo el agua caliente antes de meterme. Odio las duchas calientes, pero por alguna razón hoy siento que la necesito, así que dejo que las abrumadoras gotas de agua caigan sobre mí mientras mantengo los ojos cerrados y los pensamientos apagados. Pasados unos minutos decido cerrar el grifo para afeitarme la molesta barba, me recorto mi melena castaña y vuelvo nuevamente a la ducha.

Paso una media hora bajo el grifo hasta que decido salir. Cojo el traje que me han enviado y me lo pongo.

La bonita prenda azulada de Hugo Boss se encaja perfectamente a mi silueta, y el pañuelo rojizo que se encuentra en el bolsillo le da el toque macabro.

Pedí exactamente este tono por una razón en específico, por lo que me siento altivo al ver el resultado cuando me miro en el espejo. Me paso las manos por el cabello y me acaricio la mandíbula.

Me aliso el chaleco del traje antes de repetir la misma acción con la chaqueta y me encamino hacia la salida del baño. Al salir, tres hombres me esperan.

—Debemos de trasladarle al juzgado, señor Turner—informa uno de ellos antes de esposarme las manos y encaminarme hacia la furgoneta que se mantiene en el garaje.

A día de hoy, soy inocente bajo la mirada legal, pues mi crimen no se ha demostrado, sin embargo, sigo siendo sospechoso, por lo que no me permiten viajar en libertad ni con las manos libres.

—Se reunirá con su abogado antes de la hora acordada para el juicio—me informa uno de los hombres que se encuentran a mis lados.

No digo nada.

Me limito a suspirar antes de mirar por la ventanilla que tengo enfrente. Aprecio las bonitas calles de Fresno, las personas que van y vienen con algún rumbo y los pájaros que vuelan con total libertad.

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