3. Kamikaz

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Me levanto de la cama sin mucho entusiasmo, ya que sé lo que va a suceder este día y no sé explicar las sensaciones que tengo. Por un lado, tengo miedo, porque nada ni nadie me asegura que esto vaya a salir bien, pero también tengo muchas ganas de hacerlo, pues eso implica poner fin al tema del maletín y volver a mi vida normal de chico universitario.

Llevo dos días con esta presión de chico malo y sinceramente, no me gusta.

También pienso en mi mejor amigo y en sus palabras de ayer. Un extraño sentimiento de pena nace en lo más profundo de mi ser, pues empatizo rápidamente con el castaño. Lleva años quejándose de su vida y con todo lo que esta le implica. Asegura sentir mucha presión por parte de Lyam, «don quiero que mis imperios sean heredados por mi único hijo». Y al mismo tiempo, se siente solo. Pasa la mayor parte del tiempo solo en esa enorme casa. Come sin compañía y prácticamente no tiene con quién hablar tras pasar el umbral de su vivienda.

Es triste sentirse incómodo hasta en tu propio hogar, cosa por la que Aaron nunca lo ha denominado como tal. Siempre ha asegurado que vivir con sus padres implica el comienzo de su vida, pero él empezará a vivir cuando se aleje.

Tras luchar con mis propios pensamientos mientras me ducho, decido cerrar el grifo y salir. Me visto rápidamente y bajo a la planta inferior.

Al entrar a la cocina veo a mi padre sentado tras la isla, leyendo en su tablet. De forma inconsciente traza pequeños círculos con el pulgar sobre su barbilla.

—Buenas, ¿Qué haces en casa? — le pregunto antes de ir y darle un beso en la cabeza, porque, aunque no pasemos mucho tiempo juntos tenemos una extraña relación paterna. 

Siempre está de viaje por trabajo junto a Lyam, en pocas ocasiones me informa de su marcha y pocas veces le informo sobre mi vida, sin embargo, sé que siempre lo tendré a mi lado, y, por ende, sé que podré confiar plenamente en él.  

—Tengo que hacer una cosa antes de ir a la oficina— me responde de forma distraída mientras sigue bajando las diapositivas en su tablet.—. ¿Y tú? ¿No es un poco tarde para ir a clase?

—Pero bueno, ¿no serás Sherlock Holmes? —, le respondo sarcásticamente mientras cojo una manzana y muerdo de la misma —. A esta hora ya hubiese salido de clase, y por mis pintas puedes ver claramente que me acabo de duchar. Así que no, no he ido ni voy a ir a la universidad.

—No hace falta que te esmeres tanto en responderme, solo dime a dónde vas —responde sin ni siquiera mirarme.

No voy a decir que me ha dolido su respuesta, porque ya estoy acostumbrado a estas.

Pero un poquito sí que nos duelen, siempre lo hacen.

—He quedado con Aaron, volveré tarde. Te diría que no me esperes despierto, pero sé que tampoco lo ibas a hacer.

—¡¿Hoy?! — y de forma repentina deja la tablet para mirarme un poco más confuso, incluso parece interesado en la conversación.

—Ajá, hoy —le doy la espalda y me dirijo hacia la salida. Esperando así acabar con esta dichosa conversación.

—Me dijo Lyam que su hijo iba a estar ocupado con unas cosas.

—Sí, y esas cosas son conmigo— me mira con tanta confusión que sus cejas están a punto de unirse, por lo que decido seguir hablando —. Solo vamos a quedar, como todos los días. Y si no he ido a la universidad es porque me encontraba mal por la mañana.

—Tú sabrás lo que haces, pero haz el favor de no hacer ninguna tontería —dice finalmente tras analizarme durante unos segundos.

—Que tengas un buen día — es lo único que digo ante sus últimas palabras mientras salgo de la cocina para subir a mi habitación. Al coger el monedero vuelvo a bajar, pero antes de salir por la puerta principal un pequeño murmullo capta mi atención, por lo que me acerco nuevamente a la cocina.

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