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Se suponía que ese día sería normal, como cualquier otro, su madre estaría cosiendo hasta las once de la noche, ella entregaría algunos pedidos que Isabel tenía pendientes y se apresurarian para cenar antes que su padre llegase a su pequeño y malt...

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Se suponía que ese día sería normal, como cualquier otro, su madre estaría cosiendo hasta las once de la noche, ella entregaría algunos pedidos que Isabel tenía pendientes y se apresurarian para cenar antes que su padre llegase a su pequeño y maltrecho hogar. Pero algo falló en esa ecuación, algo que Nina nunca se olvidaría ni en mil años, porque esa equivocación hizo que viviese la peor noche de su vida y también la salvación de ese jodido infierno.

Su madre encontró unas manchas extrañas en su cama, una de esas que su padre dejaba cada vez que se colaba a su habitación. Nunca vió a su madre tan pálida, las lágrimas no tardaron en hacerse presentes en esos enormes ojos verdes que la pelirroja mayor portaba y en ese momento sintió como su madre la abrazaba con tanta fuerza que hasta dolía un poco, pero no le importó, le gustaba que su mamá la abrazara, era algo lindo que su padre no le permitía hacer a menudo.

Estuvieron abrazadas por minutos eternos que se convirtieron en casi tres horas, tres horas dónde Isabel murmuraba disculpas que Nina no llegaba a comprender del todo, horas dónde su madre besó sus mejillas y lloró todo lo que nunca lloró en su jodida vida. O eso fue así hasta que la puerta de la entrada se abrió y la mirada gentil de su mamá se convirtió en algo desconocido para Nina, pero años más tarde supo que era odio, un profundo y asfixiante odio hacia ese monstruo que vivía bajo su mismo techo.

Nina escuchó los gritos que su madre lanzaba, gritos que no entendía del todo, eran palabras extrañas que ella nunca había escuchado en su vida, pero su padre comprendía cada una de esas cosas que Isabel soltaba, aún así ni parecía inmutarse por las acusaciones que lanzaba la menor de ambos. La pecosa más joven no lo supo para entonces, pero nunca conocería a otra persona tan cínica como su progenitor en lo que le quedaba de vida.

¡Ustedes son mías, les doy de comer, las visto y les pongo un techo sobre sus cabezas, tengo el derecho de hacer lo que me plazca!.-Gritó ese hombre de cabellos rubios tomando la mano que estuvo a punto de impactarse contra su mejilla, al parecer Isabel quiso golpearlo, pero él era más grande y fuerte que ella.

Eso no amedrentó a la joven madre, había pasado mucho tiempo viviendo en la sombra de su marido y ese era el jodido límite, podía permitirle que la golpease, también que la denigrara y violara cuándo quisiera, después de todo ella ya se sentía pérdida en ese mundo y sabía que no podría salir de ahí, pero no podía dejar que se metiera con el único ser que la hacía pensar en un futuro brillante. Nina era la luz de sus ojos, lo único bueno entre tanta mierda que su esposo la hizo vivir y él había cruzado la línea.

¡Tiene siete años, por dios, es una niña, es tu jodida hija!¡Eres un enfermo!¡¿Cómo te atreves a hacerle algo así, maldito loco?!.-Gritó la pelirroja con toda la rabia que habitaba en su cuerpo, ya no le importaba lo fuerte o peligroso que podría ser su esposo, ella sólo necesitaba lanzarle todas las verdades en su jodida cara.

Una fuerte bofetada hizo que Isabel dejase de hablar, pero aún así su rabia contenida no se frenó, ya no había nada que detuviera el fuego interior que se estaba desatando en el pecho de esa mujer, ni siquiera un hombre que prefería golpear a su esposa para mostrar una superioridad falsa que intentó construir desde el primer momento en el que se metió con una niña de quince años cuándo él ya era un maldito adulto.

Queen of disaster; Jean KirsteinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora