"Me tienes dando vueltas como una bailarina. Eres el chico malo con el que siempre soñé. Tú eres el rey y, cariño, yo soy la reina del desastre."
Jean Kirstein no era el típico chico malo que todo el mundo creía y nadie mejor que la reina del desast...
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El ballet era una disciplina extremadamente desgastante para cualquiera que estuviera dentro de ese mundo. Horas incontables únicamente puestas en una simple posición de manos, pies sangrantes por el esfuerzo al que se veían expuestos, dietas estrictas, estrés máximo, más fracasos que triunfos y un largo etcétera que nunca podría finalizar.
Pero aún así, pese a todo lo negativo, Nina seguía amando la sensación de poder olvidar todo cuándo la música sonaba y sus pies cobraban vida propia al son de la melodia, era uno de los pocos recuerdos positivos que tenía de su vida antes de llegar al orfanato dónde fue adoptada por sus padres y nunca podría dejarlo por más duro que sea. Con ese pensamiento aguantó todo el desgaste físico que le dejó la clase de la señora Tybur, a sabiendas que su sueño no era algo fácil de conseguir.
Fue recogida por Pieck cuándo su clase terminó. Su amiga era niñera de medio tiempo y gracias a eso había logrado comprarse una pequeña motocicleta que no utilizaba demasiado, sólo para ir a trabajar, después de todo Porco vivía junto a la azabache y siempre era él quién la llevaba a la escuela, pero era bastante útil esos momentos. No hablaron mucho en el camino, Nina estaba bastante cansada por la clase y Pieck necesitaba un poco de silencio luego de cuidar a la hiperactiva Gabi Braun durante horas hasta que su primo llegó, no era una mala niña, pero tenía ocho años y estaba llena de energía.
Se despidieron compartiendo un pequeño abrazo y Pieck le recordó a la menor que irían a recogerla por la mañana del día siguiente, a lo que la más alta sólo respondió con una enorme sonrisa de oreja a oreja que dejó latiendo desaforadamente el corazón de la pobre azabache, pero era obvio que Nina no se percató de ello ya que se adentró a su cálido hogar con rapidez, sintiendo como cada pisada dolía por demás.
—¡He vuelto!.-Exclamó con una suave sonrisa en sus labios mientras avanzaba por la entrada de su hogar, luego de quitarse los zapatos, por supuesto.
Moblit sonrió de oreja a oreja cuándo escuchó la voz de su hija desde la entrada, dejando de lado las verduras que estaba cortando con tanto esmero para la cena de la noche, él se encargaba de las tareas del hogar ya que volvía a su casa en la tarde, mientras que su esposa tenía un segundo trabajo en un laboratorio de fármacos, por esa misma razón Moblit siempre intentaba que todo estuviera en orden.
—Bienvenida, pastelito.-Exclamó el castaño viendo entrar a su hija a la cocina, pero al instante frunció el ceño cuándo vió algunas pequeñas manchas de sangre en los calcetines blancos que cubrían los pies de la menor.
Su hija se esforzaba demasiado y eso preocupaba al pobre hombre que siempre hizo todo para el bienestar de esa criaturita que apareció en su vida cuándo las esperanzas de ser padre estaban casi extintas. Nina llegó a alumbrar por completo la vida de Moblit y Hange, por esa misma razón la castaña había llegado un día a su hogar con un despampanante tutú rosado y zapatillas nuevas, exclamando que la había inscrito en clases de ballet, habían pasado muchos años desde ese día y aún así la pelirroja no dejaba de tener esa mirada llena de determinación en sus ojos.