Ella odiaba llorar.
Desde pequeña le habían enseñado que llorar era una clara señal de debilidad, después de todo cada vez que su madre lloraba terminaba siendo golpeada por su progenitor, Isabel recibía una golpiza tan brutal que Nina aún podía recordar el sonido del frágil cuerpo cayendo al suelo tras el primer sollozo.
Por esa razón había intentado dejar el llanto para si misma, llorar hasta dormir o despertarse con las lágrimas cayendo de sus ojos era algo cotidiano para una persona que intentaba reprimir sus sentimientos el mayor tiempo posible. Pero Nina no era un jodido robot y su interior se vió rápidamente sobrepasado cuándo esos ojos dorados que tanto le gustaban intentaban encontrar alguna grieta dentro suyo.
Pero no quería que nadie más viese su coraza rompiéndose y por eso se había encerrado en su habitación poco después que Jean Kirstein desapareciera de su vista. Las paredes rosadas cubiertas de fotos y cursis mariposas parecían tranquilizarla un poco, después de todo ese color había sido su confort desde que era tan sólo una niña en busca de una salida, quizá por esa razón les había implorado a sus padres adoptivos que pintaran la habitación con ese tono que tanta paz le traía a su interior.
Cuándo las lágrimas se sintieron secas en su rostro fue que pudo tomar el coraje para levantarse del suelo y encaminar sus pasos hacía el tocador que se ubicaba en una de las esquinas de su enorme habitación.
El mueble de un bonito tono morado fue lo primero que pudo apreciar. Todavía podía recordar como su tío Levi le informó que su querida prima mayor se había pasado toda una tarde pintandolo tras escuchar como la pelirroja deseaba un tocador de ese color. Una sonrisa algo idiota nació de sus labios al recordar aquello y finalmente levantó su mirada para ver el reflejo que el espejo del tocador le estaba regalando.
La sonrisa se desvaneció casi al instante y en su lugar sólo quedó una mueca de asco ante el reflejo que le devolvía esa superficie.
Las ojeras marcadas debajo de sus cansados ojos verdosos, el tono tan pálido en su piel, sus cabellos totalmente despeinados y hasta algo sucios, las vendas que cubrían sus brazos. Nunca se había descuidado tanto desde que se hizo parte de la familia Berner y se sentía absolutamente patética bajo su propia mirada. Pero eso no era suficiente para Nina, no, su mente autodestructiva era más fuerte que ella y por esa razón se quitó la camiseta para conseguir ver su cuerpo completo.
La bilis subió por su garganta cuándo el reflejo le devolvió la visión de su torso desnudo. Deseó romper el espejo en mil pedazos, pero eso no borraría todas las marcas de quemaduras hechas por cigarros que su padre biológico dejó en sus pequeños pechos, mucho menos la enorme cicatriz que podía verse debajo del tatuaje de mariposa que cubría su vientre, ese jodido tatuaje que se hizo a los quince años para ocultar la cicatriz del vaciado que sufrió cuándo era más pequeña.
Su propia mano bajó hasta su vientre y no pudo evitar apretar ese lugar con fuerza apenas sintiendo el daño, después de todo la sensibilidad había desaparecido poco después de la operación. Miró su cuerpo con asco, eso era lo que sentía, asco de si misma, asco de todas las huellas que su padre biológico había dejado en su piel y en su corazón, huellas que no habían cicatrizado pese a los años de terapia que tenía en sus espaldas.
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Queen of disaster; Jean Kirstein
Fiksi Penggemar"Me tienes dando vueltas como una bailarina. Eres el chico malo con el que siempre soñé. Tú eres el rey y, cariño, yo soy la reina del desastre." Jean Kirstein no era el típico chico malo que todo el mundo creía y nadie mejor que la reina del desast...