Café con miel.

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Recuerdo el día.
Casi no desayuné.
No existía... y el apetito tampoco.

...

Deslicé la comida al perro mientras le decía a mamá que todo estaba delicioso.
La invitación del arrepentimiento estaba sobre la mesa. De sello un beso marchito.

...

Había llegado hacía unas semanas, o meses. No recuerdo bien.
El alcohol coloreaba garabatos en el calendario.
Los tragos saboreaban mi arrepentimiento.
Entre vueltas del reloj y álbumes rasgados, moría cada tarde.

...

El tiempo se congeló.
El futuro dejó de dar musicalidad al presente.
Solo sonaban recuerdos estancados, amarillos en polvos oxidados.
Mis manecillas, se habían obstruido desde el último beso en la frente.

...

No quería ir. Arruinaría la atmósfera.
Anhelaba verla, besarla por última vez con la mirada...a lo lejos...como siempre.
Incluso sentados en la misma mesa, siempre estuvimos en diferentes momentos y espacios.
Ella me miraba como todo... y yo como si nada.

...

Eran esos labios que no te dejaban despedirte al trabajo.
Devoraban tu alma en besos, estampando su firma en una carta remitida al arcoiris.
Tierna, juguetona y muy niña, expresiva y coloreada como pintura de Picazo.
Pero mis ojos solo veían en blanco y negro.

...

Decidí ir.
Tomé la chaqueta llena de cenizas fúnebres y caminé hasta el cementerio.
No entré.
Estuve quieto en una esquina observando la velada.

...

Todos estaban en el jardín.
Podía escuchar las risas adornadas en hipocresía de las señoritas.
Fragancias, carentes de besos genuinos en los cuerpos que habitaban, se repartían en el verde terreno.
Era un cliché de ensueño.

...

Los niños correteaban riendo por mi lado.
Se burlaban de mí:
un bufón con orgullo estropeado, vestido en chándal y patético.
Era un domingo en la tarde.
Era mi muerte.
Permítanme vestir así.
¡Maldita sea!

...

Las copas impactaban entre sí sus débiles cuerpos, humedecidas, goteando por la fría champagne. Era erótico.
Sonidos de armonía y deseos falsos coqueteaban los oídos de los invitados.
Presentaciones, flirteo, anécdotas...todos habitando el lugar, ingredientes imprescindibles de una celebración.

...

Una señora acariciaba con un pañuelo las esquinas de sus ojos.
Las lágrimas y el rímel no se comunicaban, y mucho menos en fiestas.
La melancolía la había abrazado como una vieja amiga.
Recuerdos enterrados parecían invadir su frágil miocardio.
El banquete, los votos, aquella noche, él. Eran memorias envenenadas en el sabor afrodisíaco del pasado.

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