Mi mayor temor.

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A esto le temía.
A la necesidad insaciable de tu estancia.
A esta penuria imperiosa de besarte a cada instante,
por abrazarte en cada oportunidad,
por amarte en cada intento.

...

Me decían que eras peligrosa.
Me advertían que no me enamorara,
que no cometiera el crimen sin merecer la condena.

...

Pensaba que el consejo era por tu hermosura que deleitaba,
tu forma de hablar envolvente,
tus ganas de comerte el mundo que impresionaban.
Nadie jamás me habló de aquella curva tan sensual que salía de su rostro,
de su boca:
su sonrisa.

...

Me la jugué al tratar de negociar con la droga y no mantuve mi postura;
terminé cediendo y perdiendo.
¿Y ahora...?
¿Qué hago...?
¿Qué hacer cuando el veneno es la cura?
¿Qué hacer cuando el esclavo disfruta bajo las órdenes de dos amos color negro, dueños de una mirada carcelera del abismo?
¿Qué hacer cuando tu mayor temor es tu mayor deseo?

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