Capítulo 4

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Estoy en la cola a punto de ser atendida, lista para pedir mi tanda, cuando de repente pasa por mi lado un chico alto y atlético con una camisa negra pegada a su cuerpo dejándome de piedra:

— Un trozo de pastel de chocolate y un café para llevar.

Mi cara en ese momento es como la del cuadro: El grito de Edvard Munch

La dependienta gustosamente coge el pastel y comienza a envolverlo en una caja muy mona mientras no deja de hacerle ojitos al puto que se me ha colado.

— ¡Oye era mi turno! — me encaro hacia el cabrón que tengo delante con un tono molesto.

En ese momento el chico gira un poco su cabeza mirándome por el rabillo de su ojo con cara de: ¿Y? volviendo a ignorar mi presencia.

Que chico tan grosero, este me va a oír.

— ¡Te estoy hablando a ti! — le toco el hombro — tío, era mi turno.

Se gira con lentitud observándome con cara de: chica no sabes con quien te estas metiendo.

— ¡Qué pena! — suelta un chasquido — ya no lo es. Tú misma lo has dicho, era tu turno, pasado.

No me puedo creer que haya usado mi frase favorita en mi contra.

— Serán 6,50 dólares — le dice la dependienta con una sonrisa coqueta.

— Toma — le da el cambio como si nada mientras coge sus cosas.

Espera ¡QUÉ DIGO!

¡¡SE LLEVA MIIIIIIII PASTEL!! 

Altoooo ahí policía, detenedlo 

Se ha ido.

Me quedo mirando con la boca entreabierta como su figura cruza la entrada del local que conecta con la calle y:

Un momento.

¿Se acaba de girar?

¿Me está mirando? ¿A mí?

SÍ, que descarado. 

Me acaba de soltar una sonrisa de medio lado. ¡Se está riendo en mi cara!

¡¡¡ AAAAAAARRRGHHHHHHH !!!

Estoy que echo humo.

— ¡Hola! — una voz masculina y suave capta mi atención — Tranquila no te preocupes ahora mismo traigo más bizcocho de chocolate — me afirma el chico que está detrás del mostrador.

Por cierto, muy pero que muy atractivo.

— Aquí está — observo como repone varios trozos del pastel que quiero y:

¡OMG! Me acaba de sonreír.

— ¡Ahora mismo te lo envuelvo! — me comenta mientras ejecuta la acción soltando una risa.

Que sonido tan hermoso, acaba de reír, madre mía se le marcan los hoyuelos cuando sonríe y la forma en que se le achinan los ojos es tan bello.

Rápido busco alguna etiqueta en su camiseta que me diga su nombre, pero no lo pone.

Ay no lo mires fijamente Kaira que lo asustarás, contrólate.

— Aquí tienes — me lo entrega en una cajita mucho más mona que la del pavo ese — ¿Quieres algo más? 

A ti 

— Emmm... no tan solo el pastel, gracias.

— Perfecto, entonces son 4 dólares, por favor.

Todo empezó por ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora