7.- Ballrog Boogie

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Mea culpa, ecce signum,
Corpus vile, coram deo
Pactum serva,
Scala caeli, gloria patri, pax et bonum

— Olvida tu brazo. Ni siquiera tu apestosa vida tiene valor aquí.

Hua Cheng no solía pasar tiempo en la Guarida del Apostador. Por lo general recorría la tierra en busca de su dios con la esperanza de volverlo a ver, pasaba de vez en cuando a la guarida de He Xuan para cobrar su cuota correspondiente y molestarlo un rato o paseaba por ahí escuchando las cosas que se decían de los oficiales celestiales, por lo que casi no ponía el pie en el sitio donde ganó el dominio de Ciuda Fantasma.

Pero esa vez era diferente.

Si bien He Xuan seguía encerrado en la mazmorra de Mansión Paraíso en su papel de prisionero, había dejado unos cuantos clones bien posicionados a lo largo y ancho de la corte celestial y de ese modo se enteraron que sus suposiciones habían sido correctas: usando de pretexto el tema del paso de Banyue, Jun Wu supo que faltaba uno de sus oficiales y mandó a alguien a investigar. Lo único que Hua Cheng no esperaba era que Su Alteza se dirigiera hacia allá acompañado por el Señor del Viento, fue por esa extraordinaria circunstancia que se presentó en la Guarida del Apostador para presenciar los juegos.

Oculto tras las cortinas que lo separaban del resto de los apostadores, Hua Cheng escuchó a una de las asistentes del lugar, que actuaba como crupier de la mesa.

— Joven maestro, usted tiene mucha suerte hoy.

— ¿Por qué lo dice?— preguntó Su Alteza con interés.

— Nuestro amo está aquí para jugar. Solo en los últimos dos días estuvo de humor para venir aquí, ¿no es eso buena suerte?

Soy yo quien tiene la buena suerte de ver a Su Alteza

— ¿¡Por qué aquel sujeto pudo apostar sus piernas!?

— La persona antes de ti era un bandido conocido por sus pasos ligeros y su habilidad para volar. Por tanto sus piernas valían la apuesta— dijo una de las crupieres con voz dulce—. Tú no eres artista o médico, ¿qué valor podrían tener tus brazos?

— Entonces apuesto diez años de vida de mi hija.

— Está bien.

La casa siempre gana, es por eso que Hua Cheng decidió no apostar en este caso. Podrá haber sido muchas cosas, pero jamás iba a ser responsable de arruinar la vida de una niña, de modo que decidió dejar que la suerte le sonriera a este pobre idiota. Sabía que era lo que iba a pedir, por eso decidió apoyarlo. La regla sobre la cual había cimentado la Guarida del Apostador luego de obtener el mandato de la ciudad, era que si tenías la capacidad, podías jugar y apostar lo que quisieras siempre y cuando fuera de valor. Si este hombre ganaba, estaría bien, pero si no... sería su culpa por ser tan imbécil. Sin embargo, el hombre había ganado y ahora quería más. Típico de los mortales, pero este tipo estaba realmente dispuesto a vender a su hija solo para ver morir a sus rivales.

Y entonces Lang QianQiu apareció para interrumpirlo todo.

Hua Cheng recordaba al joven príncipe de Yong An. La única vez que lo vio fue durante la ejecución del sacerdote Fang Xin, y en ese entonces pensó que su imagen sería la de un tirano dispuesto a asesinar a todos los que quedaban del reino de Xian Le en venganza por lo sucedido con su familia durante el Banquete Dorado. Sin embargo, al pensar en ello más detenidamente, le pareció que en realidad era un niño herido con un buen corazón: una vez que dio muerte a su maestro protegió a los ciudadanos del reino caído, que eran ahora ciudadanos de su reino y fue esa noble acción la que lo llevó a ascender como un dios.

— Esta guarida mía ha sido un lugar infernal desde el principio. Hay un camino para tí en los cielos pero en su lugar decides irrumpir en el infierno... ¿Qué vamos a hacer contigo?

Sería bastante divertido darle una lección a un prestigioso dios marcial, sin duda, por lo que con un gesto de la mano selló sus poderes espirituales y lo alzó en vilo como una piñata a la que todos estaban dispuestos a golpear. Él también estaba dispuesto a golpearlo, pero no en ese momento; se suponía que estaba haciendo una farsa... pero eso no quería decir que no pudiera entretenerse un poco con la carnada que tan generosamente había llegado a su guarida a causar problemas.

¿Qué mejor manera que ofrecer al dios idiota como premio?

— He atrapado algo interesante hoy. Quien gane el premio mayor podrá llevárselo a casa y rostizarlo.

Un ruidoso pandemonio siguió a sus palabras, todos los presentes estaban ansiosos por jugar y obtener el premio atrapado por su señor, incluso Su Alteza y el Maestro del Viento se acercaron para jugar. Hua Cheng podía adivinar sus pensamientos, considerando que si no podían ganar pasarían a la pelea, una suposición que se asentó cuando vio a Su Alteza sacar la puntuación más alta en un juego donde se apostaba al tiro más bajo. La suerte de Su Alteza era lamentable, lo mejor sería que interviniera directamente en su favor; recordando su promesa cambió de apariencia y llamó la atención de una de las asistentes cerca de las cortinas.

— Avisa a los demás, va a haber un cambio de reglas.

— Todos, por favor, ¿puedo tener su atención?— dijo la crupier en voz alta—. Nuestro amo tiene un anuncio que hacer.

El anuncio sirvió para calmar los ánimos de todos: Hua Cheng había decidido finalmente jugar y el que lograra vencerlo se llevaría a Lang QianQiu. Como esperaba, todos los presentes se lo pensaron seriamente antes de pensar en jugar o no; después de todo la célebre buena suerte de Hua Cheng era conocida en los tres reinos y nadie quería perder contra el señor de Ciudad Fantasma, el que nunca había perdido contra nadie en las ocasiones que decidía apostar.

Sería Su Alteza la persona dispuesta a jugar con él. Y siendo consciente de la mala fortuna de su dios, Hua Cheng lo hizo subir a su lado, dejando que viera su verdadera apariencia: ropas rojas como el arce, piel blanca como la nieve, cabello negro como la tinta, y un ojo izquierdo que lo miraba fijamente, mientras que el derecho estaba cubierto por un parche.

Le prometí que si nos volvíamos a ver lo saludaría con mi verdadera forma y aquí me tiene.

— ¿Te gustaría apostar por el más alto o el más bajo?

— El más alto.

— Entonces déjame ir primero.

Tras unas cuantas rondas, Hua Cheng inquirió:

— Gege, ¿qué me vas a dar si gano?

Con un poco de pena, Su Alteza dijo:

— Solo tengo un bollo a medio comer.

Hua Cheng se echó a reír, recordando la primera vez que se vieron en aquella carreta, conversando sobre cosas de dioses y fantasmas. En esa ocasión Su Alteza le había ofrecido la mitad de un bollo y ambos comieron... ahora que lo pensaba, no se dio cuenta si Su Alteza había terminado su comida o no.

— Un bollo será.

— ¿Acaso asumes que solo valgo un bollo a medio comer?— increpó Lang QianQiu.

— ¿Qué hay de malo con un bollo? ¡Ya la tienes más fácil, solo cierra la boca!— intervino alguien más desde la multitud.

La atención del rey fantasma estaba en la persona frente a él.

— No estés nervioso, esta es la última ronda.

Y con esa última ronda, dejó ir a Lang QianQiu... pero reclamó el bollo.

— ¡Amo mío, amo mío!— replicó uno de los fantasmas al verlo alejarse con el bollo en una mano—. ¿A dónde va ahora?

— Me siento bien hoy— dijo Hua Cheng—. Me dirijo a Mansión Paraíso.

La lluvia que alcanzó a la florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora