Capitulo trece.

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Macarena.
¿Mi mente? Había dejado de pensar. Se había convertido en un espacio blanco en su totalidad y de un segundo a otro se había tornado incolora; no era blanca, tampoco era negra, simplemente era un vacío.

Nunca me he considerado una persona impulsiva, de hecho, siempre ha sido por el contrario. Toda mi vida he reprimido mis impulsos y me he guiado por aquello que este considerado bien común o no vaya a repercutir en las demás personas, aunque no me esté haciendo un bien a mi misma. Aquello me lo enseñó mi padre.

Recuerdo aquella vez cuando tenía quince años y un chico me besó, fue mi primer beso. El era mi mejor amigo en ese entonces, yo aún no terminaba de leerme por completo y las cosas pasaron, frente a todo el liceo se me declaró y me besó. En aquel entonces dudaba de mi sexualidad ampliamente, sentía una extraña atracción por Sofia, ella era mi compañera y sentía algo extraño cuando estaba a su lado. Yo no quería besar a el chico, quería besar a la chica.

Mis impulsos decían empújalo, aléjalo y grita con todas tus fuerzas que te gusta una chica. Pero era mejor reprimir aquel impulso y seguir con lo que todos normalizaban que era lo bueno, al fin y al cabo era preferible que mi padre se enterara que me besé con un chico antes que con una chica por obvias razones. Seguí el beso de el chico, fue mi primer beso, un beso que odié, ni si quiera tuve la opción de elegir con quién lo quería, en donde lo quería y cuando lo quería.

De un segundo a otro mi mente nuevamente se volvió colora y pude volver a el momento en el que estaba, volví a mi realidad.

Los dedos de la castaña aún bajaban por mi piel provocando que esta se erizara, pero mis palabras lo detonaron todo. Vi los labios de Rubí entreabrirse, me había acostumbrado a leer sus gestos aunque fuera de una manera mínima, solía expresar mucho con sus facciones y extremidades. Esta vez no supe leerla. Su mano terminó de deslizarse por mi brazo y retrocedió de mi dando un paso.

-Maca... -Musitó.

Musitó de una manera tan baja que casi fue un inaudible. Sus ojos recayeron al suelo y me volvieron a mirar, por instinto comencé a negar con la cabeza, no podía emitir ninguna palabra por la presión que me ahogaba en aquel momento.

La presión me comenzó a ganar y los nervios comenzaron a salir haciéndose presentes, mi cabeza seguía moviéndose de lado a lado intentando expresar que aquello que había dicho no era así, engañando a la castaña y a mi misma. Rubí dió un segundo paso hacía atrás tomando más distancia de la que ya tenía y si de inercia se tratara mis ojos se cristalizaron.

Sentí ese ardor o presión en mis pupilas que normalmente sentía cuando estaba a punto de llorar, sabía que si la chica se quedaba ahí y yo seguía resistiendo en cualquier momento iba caer una lagrima como igual sabía que cualquier cosa que hiciera detonaría esas gotas.

No tenía pena, no tenia felicidad, aquel sentimiento que me ganaba era el miedo, el miedo de no estar leyéndola.

Sintiendo el peso de mi cuerpo me abalancé contra la chica dando un paso, vi cómo apretó la cámara con sus manos, buscaba sostenerla fuerte como si aquella se fuera a caer, me preparé para lo peor.

Los labios de la chica seguían entre abiertos, sus manos sostenían la cámara tan fuerte que estas llegaban a tiritar, su mirada había dejado de gritar como lo hacía antes de que mis palabras abandonaran mi boca y yo estaba taimada sin saber que hacer o decir.

Sucedió aquello que temía; Rubí suspiró, miró hacía los lados y comenzó a moverse, a moverse tan rápido que sus pasos se convirtieron en una huida.

Mi estupefacción era tanta que mi cuerpo no respondía a mis estímulos, no podía seguirla como quería, como mi mente y corazón lo pedían. Su pelo ondeaba con el poco viento que había y su imagen cada vez se hacía mas pequeña. No se fue por aquella calle en que llagamos, tomo un desvío por uno de los callejones, aquella era la razón de tomar tan fuerte la cámara.

Paralelas - RubirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora