XXIII

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Ahora lo sabía, aunque mi corazón seguía doliendo y había noches que el insomnio se apoderaba de mi. Ahora mismo lo entendía. Dos años habían pasado desde que deje mi Dulce Madrid, desde que el dolor se había instaurado en mi pecho y me había obligado a abandonar ese lugar que tanto daño me estaba haciendo.

Es cierto que necesitaba sentirme perdida para volverme a encontrar, es cierto que ameritaba perder el rumbo de mi brújula para ubicar de una vez por todas ese norte que tanto me habían prometido.

Era en serio, quería encontrar mi lugar en el mundo, quería que el destino me lanzase una señal, que la vida me diese una lección, quería sentirme extasiada, maravillada y llena de vida, quería fuego, magia y luz en medio de la oscuridad.

Entonces cuando logre perderme, cuando alce la mirada y no entendí en donde estaba o porque me sentía tan pequeña, cuando el espacio se sintió abrumador, infinito y terrorífico, cuando lo único que pude hacer fue quedarme estacionada y ver como las gotas de la llovizna iban llenando mi cara; lo entendí, entendí de una vez por todas que no necesitaba encontrar un norte, arreglar la brújula o ir en la dirección que todos me señalaban, no necesitaba subirme a ese tren que todos decían que me llevaría directo al mejor lugar para mi, no quería la vida prometida en el orden establecido.

Quería magia, quería construir mi propio destino, quería ser lo que siempre había sido, una caja de sorpresas, un desorden de la vida y una luz entre las tinieblas.

Y de repente lo vi claro, la única razón por la que me había estado sintiendo pequeña, ineficiente, insegura, inestable y tantos adjetivos dañinos con los que me había descrito era yo. Había roto la perspectiva que tenía sobre mi, había olvidado todo el camino recorrido, todas las cosas grandes que había hecho por mi misma, había olvidado quien era y porque era así.

Me conformé con un amor que solo me quería como un sustituto de alguien que ya no existía.

Subí de nuevo la mirada hacía el cielo totalmente oscuro, la llovizna ahora era una gran tormenta pero me sentí bien allí, respire profundo y temblé un poco a causa del frió, me senté en el suelo y me quede mirando la lluvia, sola, sin miedo y tan gigante como mis sueños me habían enseñado a ser.

Le agradezco a Madrid todo lo que me había regalado, amigos, momentos y un amor que me consumió.

Me perdí, me encontré y me enamoré de la vida, del amor y de mi. 

Londres me había dado calma, me había enseñado que siempre se puede volver, que sigo viva y que aun hay mucho camino por recorrer. 

Charlotte y yo habíamos salido a una fiesta que habían organizado en el campus de la universidad. Habíamos bebido tanto, quizás hasta consumimos alguna droga. Nos reíamos con fuerza, llenas de euforia. Era Alissa, la nueva y mejorada Alissa. 

—¿Cómo te llamas? —me encontré con unos intensos ojos marrones, tan oscuros que podía ver perfectamente mi reflejo. 

—Alissa —respondí con una sonrisa coqueta— ¿Y tú? 

—Damon Wayne. 

Lo que la oruga llama el fin, el resto del mundo le llama mariposa"- Lao Tzu.

Fin

Dulce Madrid.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora