3 de mayo @ 09:33 A.M.: Iris

57 4 0
                                    

—¡Es el síndrome de Ya eres mía!— Rena alzó la barbilla, levantando un dedo en una repentina revelación Eureka. Su grito estridente fue premiado por las miradas suspicaces de varios pasajeros de la Linea Roja.

—¿Es el síndrome de quien-es-de-quien?— Sacudí la cabeza, sin comprender lo que decía.

—Ahora te tiene; se siente seguro de ti, y se comporta como si fueras de su propiedad. ¿Qué hay que entender?— Rena levantó una ceja.

—Pero ahora ha vuelto a ser el mismo de siempre. ¿Quizás fue sólo por el tema de las vacaciones? ¿La necesidad de decidir por ambos mientras estamos en un lugar que no conocemos?— Desvié su ataque con poco entusiasmo.

—¿Y qué hay de su querida mamá?— Rena me flanqueó a continuación. —¿Su disgusto por tu trabajo? ¿Por tu estilo?—

—No empieces con eso otra vez, Rena. Quiero decir, no sé. Muchos de nosotros no nos llevamos bien con nuestros suegros, pero... Es con Jayden con quien me voy a casar, no con su madre—.

—¿Quieres saber lo que pienso? ¡Esa vieja bruja es la razón por la que eres una teñidora en serie! Cada vez que lo haces, te sientes como una pequeña rebelde. Como si no te hubieras... ya sabes... convertido en quien ella quiere que seas—.

—¿Puedes dejar de psicoanalizarme, por favor? Siempre haces lo mismo—. Solté, cruzando los brazos. —Jayden finalmente se ha comprometido. Nos vamos a vivir juntos. Seremos felices—.

—¿De verdad? ¿Seréis felices?— Las mejillas de Rena se encendieron cuando nuestro tren se detuvo. Su color ya no se correspondía con el rizo de café moka que agitaba entre sus pulgares.

Me retorcí bajo el peso de su mirada ceñuda. Era como un cíclope, quemándome con esa mirada de inquisición española.

Por suerte para mí, algo o alguien llamó su atención, y el haz de escrutinio se desvió a otra parte.

—Vale, shhh, no mires, ¡pero hay un asqueroso en el otro tren que nos está mirando fijamente!—. siseó Rena.

—¿Qué asqueroso?— Fruncí el ceño ante el cambio de tema. Sólo entonces me di cuenta de dónde estábamos.

En la estación Charles/MGH. ¡Y el asqueroso no era otro que el Señor Conejito Despeinado!

Mi boca se ensanchó en una sonrisa por sí misma, y la suya se ensanchó también.

Aunque ya no era el Señor Conejito Despeinado.

Su pelo rizado ahora era liso.

Llevaba un... traje... y una... corbata.

Y —suspire— ¡su barbita sexy había desaparecido! Eso me hizo morir un poco por dentro.

¿A que venía todo ese cambio?

—¡Iris! ¿Qué parte de "no mires" no entendiste? Ugh!— Rena me gruñó.

Iba vestido tan formalmente, que parecía un extraño con su traje oscuro.

Casi como si me hubiera oído, se levantó la corbata. Un smiley amarillo lo adornaba.

Tal vez aquel smiley se había escapado rebeldemente de su paraguas, sólo para decirme que reír es la mejor manera de enfrentarse a ese lío grande y tonto llamado vida.

Solté una risita.

—¿Quién es ese?— Rena prácticamente me gritó al oído. —¿Conoces a ese tipo?—

—Es... el Señor Conejito Despeinado—. dije, disfrutando de la confusión de Rena y del hecho de que por fin tenía la sartén por el mango en la conversación.

—¿Perdón? ¿Señor Conejito Despeinado? ¿Qué demonios me he perdido?— Se inclinó hacia delante.

—Sólo un tipo que he visto un par de veces en el tren—. Me encogí de hombros, tratando de mantener una cara seria ante su irritación y su curiosidad recién engendrada.

—¡No puede ser! Tuviste un lindo encuentro y no me lo dijiste. ¡Es muy guapo! Cuéntame más, cuéntame más, ¿se resistió?—. Rena se lanzó a performar la canción Summer Nights de la peli Grease.

Solté una risita, sacudí la cabeza y volví a mirarle.

Tenía los brazos cruzados y nos miraba con mala cara.

—Mira cómo pone mala cara—, dijo Rena. —¿Señor Conejito Despeinado, dices? Pues yo le llamaría Señor Cara de Pato—.

Las dos nos echamos a reír.

El Señor Cara de Pato frunció el ceño. Luego se puso la corbata al revés.

—¿Qué está... ¿Qué está haciendo ahora?— Rena sacudió la cabeza, aún sonriendo.

—Mmmm...— Decidí aceptar el reto de la interpretación esta vez. —Veamos... Tal vez esta diciendo 'quiero atarte y mostrarte mi lado salvaje'—. Le guiñé un ojo a Rena.

—¡Oh, por Dios, estás loca, Iris!— Se limpió una lágrima perdida en la mejilla. —¿Y ahora qué?—

Al compás de las palabras de Rena, su rostro se aflojó, perdiendo toda expresión.

—¿Está teniendo un ataque?— preguntó Rena.

Sacudí la cabeza. Estaba tratando de mostrarme algo más, de enviarme otro mensaje a través de las impenetrables ventanas. ¿Pero qué era?

No poder hablar con él, no poder entenderle... era tan frustrante.

—¿Iris?— preguntó Rena, con la voz a años-luz de distancia.

El Señor Conejito Despeinado se encogió de hombros y señaló con el dedo hacia delante.

Otro gesto enigmático, cuyo significado se perdía en la distancia que nos separaba.

Un momento después, el transporte público se lo llevó.

Una lágrima me hizo cosquillas en la piel.

—Iris—. La voz de Rena era ahora sólo un susurro. Su mano me agarró el brazo.

Mis ojos se detenían en las vías vacías.

El Último Tren | ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora