-Enzo, en serio, debo irme -me tenía atrapada en la cama y usaba el peso de su cuerpo para contenerme.
-¿Cuando dejaras que le diga a todos que eres mía? -rodeé los ojos. Había estado insistiendo con eso desde la primera noche que estuvimos juntos.
-Pronto -le miré seria-. Prometiste que tendrías paciencia.
-Lo sé, pero se me hace extremadamente difícil fingir cuando te tengo cerca. Me mata tener que hacerlo.
-No estamos fingiendo -le di un beso para distraerlo y logré escapar-. Solo no estamos mostrando afecto en público.
-Ni siquiera se lo has dicho a tus amigos -miró mi cuerpo desnudo con descaro.
-Lo haré a su debido tiempo -besé su mejilla y fui hasta el baño.
Entré a la bañera y dejé que el agua caliente aclarara mi mente, si bien, no estaba segura del por qué estaba posponiendo lo inevitable, simplemente sentía que aún no era el momento.
Me dirigí hasta mi casa y luego de desayunar con los niños y cambiarme, fui directo a la oficina, habíamos pasado todos estos días cogiendo como perros y ahora tenía un montón de trabajo acumulado.
Las puertas del ascensor se abrieron en presidencia y me dirigí hasta la oficina de mi chico, estaba segura de que no había desayunado nada y era parte de mi trabajo mantener saludable a mi enorme vibrador andante.
Abrí con toda confianza la puerta de su oficina y me quedé frisada un momento al notar que de hecho, ya estaba desayunando, desayunando con una hermosa rubia de ojos azules. Ambos dejaron de reír de repente ante mi intromisión y me miraron. Maldita sea, no puede ser que esto vaya a pasarme de nuevo.
-¡Oh, Abigail! Buen día -lanzó cínicamente-. Pensé que trabajarías desde casa hoy.
-Si, es que tenía algunas cosas pendientes aquí -respondí y ambas lo miramos a espera de que nos presente. Segundos después, rompió el silencio incómodo que reinaba.
-Las presento, Carla, ella es nuestra vicepresidente, Abigail Taylor -mordí la parte interna de mis mejillas al escucharlo presentarme de esa manera. Lastimosamente no podía reprocharle nada pues solo estaba cumpliendo con mi petición.
La chica se levantó con elegancia y extendió una de sus manos hacia mí, la cual acepté devolviéndole el gesto.
-Mucho gusto, Carla Estrada. Tenía muchas ganas de conocerte, me han hablado mucho de ti -su miraba deambulo por todo mi cuerpo y sin temor a nada hice lo mismo.
-El gusto es mío. Espero solo te hayan dicho lo bueno -sonrió un poco y volvió a su asiento.
-No te quedes ahí, pasa. Desayuna con nosotros. Osito, búscale un café.
Ay no...
-No te preocupes, desayuné con mis hijos -me dirigía a ella pero solo lo miraba a él. Su cara de confusión me molestó aún más.
-¿Tienes hijos? -asentí con seguridad.
-Tengo tres -sus ojos se abrieron como platos pero no me importo una mierda, nunca había sentido vergüenza de ellos y no la tendría ahora.
-Vaya, felicidades. Yo amo a los niños -se escuchaba sincera, pero yo no terminaba de creer en su buena fe.
-Gracias -suspiré poniendo la bolsa de comida en mi espalda-. Los dejaré disfrutar de su desayuno. Solo pasé a saludar, hasta luego.
-Fue un placer conocerte -asentí con una sonrisa fingida y salí disparada de ahí.
Mis asuntos pendientes ahora no parecían tan urgentes y solo se me ocurrió ir hasta él único lugar donde podría recibir consuelo.
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Escógeme
RomanceSEGUNDO LIBRO DE LA TRILOGÍA -Debes tomar una decisión, Abigail -me miró con desesperación. Necesitaba saber la respuesta como el aire que respiraba-. ¿A quién eliges? Los observé a ambos, mi corazón latía como si recién había acabado de correr una...