Capítulo 47

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12 de octubre, 2017

Rebecca:

Terminamos de aclarar las cosas y de planificar más o menos cómo vamos a seguir. Estoy en mi oficina con Reico, el hombre que me ayuda a encarcelar a Ellen.

—Sólo nos falta lo que dijiste que quizás podías conseguir —me dice tomando sus cosas—. Si obtenemos eso, facilitaría todo.

Frunzo los labios, pero asiento.

—Voy a hacer todo lo posible para tenerlo.

Asiente y se despide.

Me prendo un cigarrillo a la vez que escucho que alguien entra.

—¿Todo bien, muñeca?

Cierro los ojos y expulso el humo.

—No.

—¿Te puedo ayudar en algo? —lo miro cuando se sienta en la silla frente a mí.

—Sí.

Me levanto y me ayuda a correr el estante para poder abrir uno de los archivadores ocultos y sacar la carpeta que requiero. No me gusta mucho hacer esto, pero es necesario.

Volvemos a poner todo en su lugar y vuelvo a mi silla.

—¿Y ahora?

—Escucha.

Tomo mi celular y marco el número. Los tonos suenan a la vez que Zack y Madison entran, Jack les hace una seña para que no digan nada y asienten.

—¿Hola?

—Quiero esa carpeta —digo fría mientras observo el cigarrillo consumirse lentamente —. Ahora.

—Rebecca, no puedo dártela ¿Sabes los problemas que habría?

—¿Sueno como si me importase? No lo creo, porque adivina, me importa tres carajos —doy una calada y decido hacerlo—. Escúchame bien, te ayudé con tus asuntitos, pero me llevó a descubrir tus secretos, unos que sabes que no te conviene que el mundo se entere.

Expulso el humo a la vez que veo las imágenes de él con otra mujer, una mujer que no es su esposa, es la esposa de uno de los mafiosos más importantes de aquí, uno que es intocable. Como también las imágenes de él acostándose con una de las hijas más grandes de un político muy poderoso.

—No te atreverías.

—Rétame y verás de lo que soy capaz —aplasto el cigarrillo acabado en el cenicero y me apoyo en el respaldar de la silla—. No me subestimes, odio que hagan eso —sonrío de lado, aunque no me vea—. ¿Sabes? Conozco al esposo, mafioso —aclaro—, de la mujer, ayudé a su mano derecha. Como también ayudé a la madre de la chica, osea la esposa de su padre, el político —vuelvo a aclarar.

Doy una vuelta y río cínicamente.

—Ay, ay, señor Ponsard —chasqueo la lengua—. ¿En qué se metió?

—¿Qué quieres?

—Que deje de subestimarme y me de lo que le pido.

—¿Qué gano?

—Quemo la carpeta que tengo en mi mano —digo tomándola.

—¿Cómo me aseguro que de verdad lo hizo?

—Quiero que hoy mismo, venga con la carpeta con toda la información y la quemo delante de sus ojos, si no, espera a que el mundo se entere de lo que hace a escondidas de su esposa.

Corto, negándole una respuesta.

Dejo el celular en la mesa y miro a los tres en frente mío.

—¿Quién era? —pregunta Madison y la miro fijo—. No vas a decirme, lo entiendo.

Dime que te veré luegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora