🌾;; 1 8

35 6 2
                                    


Normalmente no tengo oportunidad de ver las estrellas tan seguido: vivo en una calle principal, y en un edificio de departamentos, y aunque saliera por el balcón a ver lo que hay afuera, aun así las luces de todos los lados me hacen así imposible para hacerlo. Es por esto que realmente me gustó la idea de venir a tu casa por la noche y estar en tu patio, sólo que no pensaba que estuvieras tan preparado.

Cuando llegué al anochecer, vi que en tu patio ya tenias una gran tienda de acampar junto con otros bocadillos y objetos. Tenías muchos elementos presentes, como galletas y chocolates, también una parrilla eléctrica y sus respectivas varillas para pinchar los bocadillos y asarlos. Estaba a los lados más suplementos como repelente de mosquitos y unas linternas, y todo esto al lado de la gran tienda transparente que residía detrás de ti. En ella, la luna se reflejaba, y sus colores se reflectaban como los cristales a la luz, con sus múltiples de gamas arcoíris sumergidos en fulgor de plata.

Los perros estaban adentro de tu casa, ya bastante dormidos a esta hora. Me dijiste que viniera con algo para dormir, por lo que debajo de mi chaqueta ya tenia un pijama; pese a esto, ya se sentía el frio, pero sin embargo tú que ya solo llevabas un pijama de sólo unos pantalones y camisa estabas bien a gusto, y esto porque ya tenias rato asando uno malvaviscos y comiendo. A los segundos, me viste en la cerca y te levantaste, también limpiándote la boca.

—¡Ah, hola! Perdona, no te había visto.

—No hay problema —me reí un poco—, ¿puedo pasar?

—Con gusto.

A pesar de que la luna estaba clara aquella noche, el gran árbol del patio del vecino hacia una gran sombra que nos bloqueaba el cielo. Bajo esa sombra, sólo era una negrura, y en aquella negrura ya se tenia la luz de la parrilla eléctrica iluminando hasta lo que se podía. Entre a la tienda, dejando mis cosas junto a un colchón inflable y quitándome la ropa, para así sólo tener mi pijama puesta.

Salí una vez que terminé y vi que la silla donde estabas se veía vacía. Te habías ido, y aunque te buscara alrededor no encontré nada. Fui y me senté junto a la brevedad de la luz y su calor, y me quedé esperando en la oscura sombra.

Nunca pensé que pudiera ver a una calle tan vacía alguna vez, o que fuera tan silenciosa, y donde la falta de luz hiciera que la luna realce más que el mido a lo profundo, el cual claro que no desaparece. Yo tiemblo, a pesar de que ya no haya frio, y desearía que lobreguez que tragué.

Una mano me toca el hombro, y di un grito.

—¡Lo lamento tanto! —me dijiste tratando de calmarme—, sólo fui por unas bebidas.

—¡Por el amor a San Cristo! ¿Cómo se te ocurre venir de esa manera? ¿Acaso no ves la clase de calle donde vives? Capaz y hubiera sido alguien más para cosas peores.

—No te preocupes por es detalle: casi nunca viene gente externa por este barrio —abriste un refresco y me lo diste—. Además de que aquí los vecinos me tienen cierto respeto, o algo por el estilo. No se meten en problemas conmigo porque, bueno, ¿te vas a meter en problemas con alguien que tiene demasiados perros?

—Buen punto.

—Ven, que ya está haciendo más frio.

Decidimos entrar a la tienda cuando la luna ya estaba alcanzando la cumbre del cielo. Me tomé los últimos tragos de mi bebida e hice la lata a un lado, acostándome en el colchón inflable del centro. Cuando apagaste la parilla entraste a la tienda, además de que me entregaste una galleta con malvavisco y chocolate, el cual yo di las gracias y me lo comí.

Te acostaste boca arriba en el colchón y yo sólo me quede sentada en su orilla. Veías tan encantado el cielo, y cuando levanté la vista, vi lo que casi nunca tuve la oportunidad de ver: las estrellas decoraban el lienzo real azul, yendo en torno a la gran centella de plata que reinaba en su inmensidad. Daban la ilusión que entre ellas las luciérnagas se fueron por la galaxia, y con su luminiscencia fueran a conquistar su propio universo, donde el brillo es más eterno que una simple doce horas de una noche.

Mis ojos quedaron encantados por ver el techo de plástico transparente. Notaste ello

—Son bellas ¿no es verdad?

—Más de lo que pude recordar.

—Ven, acuéstate.

Me acosté junto a su lado, sólo que ya no le prestaba atención a donde lo hacía, e incluso no presté atención cuando tomaste mi mano.

—Esto se te ocurrió desde mucho antes que «unas horas» —dije sin dejar de mirar el cielo.

—Podría decirse que solo unos cuantos días.

—No creí que te acordaras cuando te dije que casi nunca puedo ver las estrellas.

—Y aun así me acorde ¿no te parece genial?

—Me parecen hermosas.

—¡Hermosas y desconocidas!

—Sí —reí—. Son hermosas, y desconocidas.

Me fui acurrucando un poco junto a ti, apoyando mi cabeza en tu hombro y después pasando uno de mis brazos alrededor tuyo. Te sobresaltaste cuando te diste cuenta, pero ya después te calmaste. Después de eso, también me rodeaste con uno de tus brazos.

—Sí —dijiste, como en susurro—. Ellas son hermosas y desconocidas.

Nos quedamos abrazados bajo el show de la luna, hasta que finalmente ambos quedamos dormidos.

🌾;; Flufftober Marindy | 31 MinutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora